A Arancha Merino la conocí en uno de los encuentros estupendos que organiza Mónica Ibáñez, fundadora de Una noche con. Es una ingeniera de las emociones. Su misión es hacernos entender que no hay emoción negativa, que lo que hay que hacer es reconocer cada una de las seis emociones que nos mueven y aprender a gestionarlas. Así llevaremos una vida sana y viviremos a gusto con nosotros mismos y con quien nos rodea. Pero  llegar a este estado de gracia tiene su aquel. 

A ella también le llevó su tiempo de iniciación. Su debut profesional fue el mundo empresarial. Se introdujo en él sin gran entusiasmo, simplemente porque no sabía por dónde tirar (como nos pasó a la mayoría de nosotros cuando cumplimos 18 años y teníamos que elegir carrera). Lo vio como un camino a seguir que le podría aportar dinero y un cierto estatus social. Se dedicó de lleno al trabajo y fue escalando y escalando hasta conseguir la cima como directora general en una multinacional. Era lo que pensaba que tenía que hacer para de alguna manera demostrarle a su padre y a los demás lo que valía, pero parecía que nada era suficiente. «Mi meta era obtener poder y dinero como símbolos del éxito, y si lograba tener éxito alcanzaría la plenitud. Compré la GRAN MENTIRA SOCIAL», cuenta. Se encontraba muy cansada y frustrada. El ritmo era vertiginoso y motivador, «pero dedicarte a algo que no te llena, acaba pasando factura. La mía fue un cáncer a los 34 años – a más resistencia a mirar dentro de ti la realidad que estás creando, mayor es el mensaje del cuerpo-«. Y ese cáncer, contra todo pronóstico, le salvo la vida. «Ese periodo fue uno de los más bonitos y felices de mi vida. Cuando me dijeron que tenía un cáncer no pude parar de llorar en tres días. Al cuarto día decidí no llorar más y comencé a ver y a aceptar la vida tal y como era. Cuando alguien me hablada de un problema en el trabajo o con su pareja,  yo le miraba y decía: ¿de verdad te preocupa eso?. De pronto, todo lo mundano me empezó a resultar insignificante, me volví más humilde, más solidaria, me olvidé de ser el centro de nada, de sentirme alguien, y recuperé la alegría. Solo quería leer libros de humor, ver películas de risa y que vinieran a verme amigos contando chistes. Mi cicatriz era tremenda y no me podía reír, pero igualmente la risa me hacía sentir muy bien.»

Gracias a ese punto de inflexión, a ese momento que le revolvió como si estuviera en una centrifugadora, descubrió que se puede vivir de otra manera. Se dio cuenta de que no estaba viviendo lo que quería. «Pero enseguida volví al trabajo. Estaba llena de alegría y vitalidad y pasé la quimio trabajando. Es increíble la fuerza que nos da la alegría de vivir. Todos alucinaban al verme tan enérgica y positiva. Sé perfectamente que esa alegría fue la que me curó, la que me dio la oportunidad de seguir adelante. Dos años después, el hábito del trabajo, el mundo competitivo, mis ambiciones personales… lograron que volviera a ser la misma de antes de la enfermedad. Todo lo maravilloso de la vida y de cómo vivirla, se me olvidó, y para colmo me nombraron Directora general y Consejera delegada de la multinacional en la que trabajaba, lo que aumentó más mi ego. Tenía 38 años y estaba completamente metida en la rueda del poder. Hasta que con 40, el cuerpo empezó a resentirse. Perdía vitalidad, no tenía ilusión, levantarme cada mañana era un esfuerzo, adelgazaba sin parar. Las luchas de poder estaban a la orden del día. Me di cuenta que no podía, y que además no quería, sobrevivir en un mundo de tiburones. Sabía que me estaba pasando algo.»

Un buen día comiendo con un compañero de trabajo, éste le habló de un curso que estaba haciendo sobre el comportamiento humano y le mencionó por primera vez quien llegó a ser su gran maestra de las emociones, Preciada Azancot. En ese instante sintió que ese era el curso que tenía que hacer. Jamás había hecho algo de ese tipo ni le interesaba, pero lo vio claro. Le vino la luz.

El descubrimiento de Preciada fue su segundo gran regalo. Era una genia de lo humano. «Te miraba y hacía un diagnóstico de tu personalidad más profunda. Enseguida comenzaba un curso, así que todo fue rápido y fácil. Allí, en cinco meses, entendí quien era yo y lo diferente que era de quien yo creía, descubrí mis potenciales y me di cuenta de que estaba al revés de cómo tenía que estar, que tenía que darme la vuelta. Mi primera intención fue compatibilizar ambos mundos, pero uno ofrecía poder y el otro potencia, debía elegir. Sentir que mi salud empeoraba, que el trabajo me resultaba tenso y ya carente de sentido, me hizo decidir dejar ese mundo. Dejar ese mundo sin saber dónde ir porque aún no había encontrado la respuesta a mi pregunta esencial: ¿Para qué estoy yo aquí?. Descubrir mi «para qué» me ha llenado más de lo que jamás hubiera imaginado posible. Fueron meses muy difíciles, luchaba a contracorriente. No quería seguir en la compañía, pero tampoco sabía dónde podría ir. Tuve miedo de quedarme sin dinero y sin estatus, del juicio de mis padres y amigos. Pero ganaron mis ganas de no volver a enfermar. Por eso abandoné no solo aquella empresa, sino el mundo de la empresa. Tenía 40 años e iba a ser el inicio de mi verdadera vida, partir del cero más absoluto
 
Perdió a sus amigos, pero se hizo fuerte. Y se encontró de pronto en un impase: «Tenía cuarenta años y no sabía por dónde tirar. Pero sabía que era el momento de complacerme a mí misma. Me decía que si haciendo algo que no me gustaba había conseguido llegar alto, dónde podría llegar dedicándome a algo que me gustase. Esa era mi motivación».  Y se dedicó a estudiar el mundo de la emociones con su maestra, el comportamiento del ser humano y las tipologías de la personalidad. «Me entusiasmé y me volqué en ello. Me di la vuelta como un calcetín para darme cuenta de que por fin había dado con lo que a mí me gustaba». Ya tenía su propósito: divulgar esos conocimientos que le habían ayudado tanto en su vida y compartir con los demás el poder de las emociones, generalmente tan fuera de nuestro control y que, sin embargo, nos condiciona la vida cotidiana y nuestra forma de desarrollarnos. Se ha reconvertido en ingeniera y mentora emocional, y tiene dos libros publicados: Haz que cada mañana salga el sol (Ed. Alienta) sobre la gestión emocional y ¿Por qué me pasa lo que me pasa? (Ed. Versos y Reversos) sobre tipologías de personalidad.
 
Las seis emociones básicas (Miedo, Tristeza, Rabia, Orgullo, Amor y Alegría) son energías que necesitamos para ponernos en marcha. Todas son necesarias para procurarnos el bienestar al que aspiramos. Cada una de ellas responde a estímulos. Y a cada estímulo toca una única emoción. Ahí está el quid de la cuestión: distinguir entre una emoción auténtica porque esté bien gestionada (energía positiva) o falsa porque no sea la adecuada a ese estímulo en particular (y aquí es donde solemos caer).

El truco es que a la hora de recibir un estímulo seamos capaces de responder con la emoción adecuada para gestionarlo bien. Si lo logramos llegaremos a sentir vitalidad y plenitud. Seguramente la mayoría de nosotros (yo la primera) tenemos los esquemas muy mal programados, y a eso se dedica Arancha, a reprogramarnos, a solucionar los problemas que se nos vayan presentando y a concienciarnos de que no es necesario pasarlo mal, que en nosotros está la capacidad de responder positivamente ante cualquier estímulo. Cuántas veces nos encontramos reaccionando mal ante alguien o algo a sabiendas de que deberíamos de controlarnos y aún así se empeña en prevalecer la emoción negativa como si se tratara de un muro demasiado pesado para derribarlo. Eso es lo que tenemos que comenzar a dominar porque, al fin y al cabo, como dice Arancha «nosotros somos los únicos responsables de nuestras vidas».

Hay que aprender a identificarlas según el estímulo que le corresponda. No confundirse  y gestionarlas con equilibrio es la clave. Qué son las emociones, cuál es su finalidad y cuándo hay que utilizar cada una de ellas:

El Miedo es la primera emoción, la más primitiva, la que nos ha permitido sobrevivir a lo largo de la historia porque nos procura seguridad. Hay que aprender a decir NO a las amenazas y a las personas que te restan energía. Nos permite detectar lo tóxico y ponernos a salvo, cerrarnos ante las amenazas. Saber utilizarlo bien es no acobardarse ni ser un temerario. Las personas que ponen límites a las amenazas son las más respetadas.

La Tristeza responde al estímulo de una pérdida, nos permite detectarla, resolverla, aceptarla y seguir adelante. Se encuentra en el hemisferio izquierdo del cerebro, el del raciocinio. Nos hace inteligentes, pensamos cómo resolver y avanzar gracias precisamente a nuestros fracasos y errores. Si aceptamos el fracaso como opción de aprendizaje sabremos evitar pérdidas innecesarias. Es la emoción que nos permite desarrollarnos y asumir la responsabilidad que tenemos de crear nuestro propio bienestar. Cuando entramos en bucle (tan común en los mortales) es porque no hay un problema que resolver, nos empeñamos en proyectar problemas hipotéticos, que pudieran llegar a pasar, pero eso solo nos procura negatividad, un exceso de Tristeza inútil y una pérdida de tiempo. Y cuando tiramos balones fuera y no asumimos nuestra responsabilidad, nuestro problema, entonces se manifiesta una falta de Tristeza evidente. Ni lo uno ni lo otro.

La Rabia está relacionada con las injusticias y se activa para restaurar la justicia. Es la emoción que conlleva más energía, nos vitaliza y nos permite movilizarnos para cortar con la mentira, el abuso o la manipulación. «Es una emoción fantástica que nos procura la salud integral en nuestras vidas», así la describe Arancha. Y para ello hace falta, identificar la injusticia (no confundirse con otro estímulo) y utilizar dos palabras que pueden mover montañas: Así sí o Así no. Cuántas veces nos ha pasado que alguien dice algo que nos ha molestado, nos callamos y nos lo llevamos a casa rumiándolo. Ese tipo de situaciones hay que arreglarlas en el momento (restablecer la justicia en el momento) porque luego las circunstancias habrán cambiado y será demasiado tarde. El exceso de Rabia nos vuelve vengativos, resentidos o envidiosos y el defecto te hace tragar las mentiras de los demás y te hace sentir apocado respecto al otro.

El Orgullo atañe al estatus personal, ¿quién soy yo?, ¿me siento orgullosa de mí misma?. A través de ella nos auto evaluamos. Es la emoción de la superación y la única que nos diferencia del resto de los animales. Nos sublima. Nos provoca la capacidad de la creatividad y la osadía para atrevernos, nos capacita para reconocernos a nosotros mismos y admirar a los demás sin comparase con ellos, nos permite crecer, innovar y apostar por uno mismo. Nos confiere equilibrio y la capacidad de trazar nuestro propio camino. Su exceso nos lleva a la soberbia y a la prepotencia, y el defecto nos rebaja y nos somete.

El Amor nos procura sentimiento de pertenencia, es el espacio seguro donde podemos ser nosotros mismos sin ser juzgados. Nos ayuda a rodearnos de personas a fines para vivir en un mundo mejor. Nos procura la fuerza para conseguir lo que queramos y nos permite saber soltar para que el otro sea libre, sin crear deudas. Pero, ojo, que el exceso de Amor nos hace débiles o paternalistas. Se puede sufrir mucho si procuramos un exceso de Amor sin ser correspondido y no se puede amar a quien no se admira. «Cuidado dónde das tu amor. Hay que dar amor a quien más lo merece».  Su defecto nos convierte en personas frías, insolidarias y carentes de compasión.

La Alegría es PLENITUD, un estado de bienestar de continuo, un fluir en libertad. La consciencia de tener bajo control todas las emociones anteriores. La verdad es lo que conecta con la Alegría. Cuando conoces una verdad de ti, aunque no te guste en el momento, es lo que te va a liberar y te va a abrir a la vida, a los cambios, a las oportunidades. Aquello que es desconocido se nos presenta con Miedo, cuando en realidad es un regalo. Todos recibimos todos los días infinidad de regalos, pero si estás cerrado en el Miedo no los vas a ver, ni si estás sumergido en la Tristeza o en la Rabia. Quien los verá es aquel que esté abierto.

Hay que ir poco a poco, practicando como si fuera un juego de causa y efecto, analizando los comportamientos negativos para darles la vuelta.  Y a esto hay que añadir el mundo de las personalidades, cada cual tendrá una emoción dominante, que germina en la gestación, y que definirá nuestro talento y nuestra vocación innatos. Son nuestras emociones puras, que irremediablemente se irán contaminando durante nuestra evolución…  Ahí entra la expertise de Arancha Merino con sus cursos sobre crecimiento personal: Emociones y Tipologías y también de Mentoring personal. De aquella reunión salí con una conciencia totalmente nueva sobre nuestra propia capacidad de superarnos a nosotros mismos, observando y reaccionando.

Los cursos pueden ser presenciales o por internet. Si te interesa, en su web encontrarás la información.

Las tablas de abajo son un regalo que nos hizo, para que las tengamos a mano y despejemos cualquier duda.

2 Comentarios

  1. Monica

    ¡Fantástica entrevista y artículo! Enhorabuena María. Es un gusto escuchar a Arancha y un placer leer lo bien que has contados su historia.
    Arancha Merino es todo un descubrimiento y no pienso perderme su curso en otoño.
    Gracias por compartirlo!