Cómo se grabó el álbum más emblemático de Aretha Franklin
Pero contra todo pronóstico, las grabaciones audiovisuales quedaron guardadas en sus cajas porque resultaron un desastre. Pollack no estaba preparado para grabar ese tipo de película, no llegaron a utilizar claquetas y se vio incapaz de proceder con el montaje. Unos días antes de morir cedió el material al productor Allan Elliott y se ocupó de hablar con la Warner para dejar claro que las grabaciones quedaban en manos de Elliott, quien tras la muerte el año pasado de Aretha Franklin (la cantante no quería hacer públicos los conciertos. No queda claro por qué), compró lo derechos y logró 46 años después, con unas técnicas de montaje por entonces más avanzadas, encapsular las grabaciones en forma de documental, con la generosa ayuda de quien es hoy uno de los grandes productores de discos Jimmy Douglass.
Elliott llamó a la sobrina de Aretha, Sabrina Owens, seis semanas después de la muerte de su tía con la idea de enseñarle la edición final. Ella ya estaba al corriente hace algunos años del proyecto de Elliott. Viajó a Detroit y en una reunión de familiares y amigos vieron el documental como primicia. Fue un éxito.
Escucharla y verla a ella y cómo la seguían, con sus cuerpos electrizados, la gente que le acompañaba en aquella pequeña iglesia bautista de un barrio de Los Angeles: su familia, amigos, vecinos y, entre ellos, un tal Mick Jagger, es una descarga de adrenalina. Aretha se encontraba en su casa. La autenticidad y la seguridad que transmitía, sin agentes ni focos ni grandes audiencias, hizo de aquella grabación algo único y conmovedor.
La película se acaba de presentar en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Muy pronto lo podremos ver y bailar.
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