Ay, esa curva de la felicidad…

por 17 Jun, 2017BLOG

Fotograma de la película "El jardín de la alegría" (Nigel Cole, 2000)

… que nada tiene que ver con la silueta, sino con el sentimiento de bienestar que va fluctuando a lo largo de la vida. Los economistas Andrew Oswald y David G. Blanchflower llegaron a la conclusión, en 2007, de que el sentimiento de felicidad de las personas a lo largo de sus vidas se podría representar en forma de una U. Una curva que inicia su remontada… ¡a partir de los 50!

Vivimos  obsesionados con medir y cuantificarlo todo y la felicidad, tan abstracta y personal, ha caído como una mosca en las redes de la nueva economía, convirtiéndose, como la salud de cada individuo, en otro valor cuantificable y monitorizado. Ha pasado a ser una tendencia que obsesiona a las empresas recolectoras de sondeos de opiniones. La preocupación por la calidad de vida, en términos de bienestar mental, recibe atención tanto por parte de los gobiernos como de las empresas, porque afecta directamente a los presupuestos de la Seguridad Social y repercute sin duda en la productividad de los trabajadores y en la economía global.

Esto que, en un principio, podría parecer perturbador -por el hecho de que agentes externos comiencen a controlar nuestros sentimientos- tiene a la vez una cara positiva, y es que la felicidad/bienestar de las personas comienza a tenerse en cuenta a la hora de analizar y promover el desarrollo de una sociedad. En el 2013 la ONU declaró el 20 de marzo Día Internacional de la Felicidad y desde entonces publica un ranking mundial de bienestar en 156 países. La OCDE (los 35 países más industrializados) elabora su propio índice para una vida mejor, teniendo en cuenta aspectos como el buen funcionamiento del sistema político, el nivel de corrupción, la educación, la conciliación, la salud.

Y en el ámbito de la política nacional, tanto el ex presidente francés Nicolas Sarkozy como el ex primer ministro británico David Cameron han hecho sus intentos por introducir el nivel de bienestar de las personas como un nuevo indicador para medir el nivel de desarrollo de sus sociedades, además de otros clásicos como el Producto Interior Bruto o la Renta per Cápita. Inspirados quizá por Bután, país asiático donde incrementar la Felicidad Nacional Bruta (indicador que mide la calidad de vida desde una perspectiva más global, subjetiva y psicológica) es una prioridad política ya desde 1972. Es un intento de ir más allá, observando y teniendo en cuenta el sentir de las personas. Sarkozy quería medir hasta el tiempo que pasa una persona todos los días en un atasco; el porcentaje de horas que uno pasa en la oficina respecto a las horas en casa; y si mujeres y hombres reciben un trato equiparable en el trabajo y en la vida doméstica. Nada de esto es baladí.

Las propias empresas están poniendo en práctica medidas para asegurarse el mayor rendimiento de sus asalariados e incluso facilitarles la vida en temas de apoyo logístico.

Es una cuestión que queda en el aire -a la espera de que evolucione con una intención constructiva- que la cesión de nuestros sentimientos a agentes externos, para convertirlos en datos y tomar decisiones basándose en ellos, sirva realmente para mejorar nuestro propio bienestar y el de la sociedad en su conjunto. Hoy por hoy parece una quimera que me lleva, sin quererlo, a Un mundo feliz, la novela de Aldous Huxley escrita en 1932.

Pero dejando de lado cualquier posible intención maquiavélica detrás de la economía del bienestar, este artículo publicado en El País me ha hecho recordar la famosa teoría de la U de la Felicidad, que cumple 10 años. No sólo sigue teniendo vigencia, sino que, en estos últimos diez años, hacerse mayor se está convirtiendo en un valor en alza. A esta forma de U, que ilustra el sentimiento de bienestar/felicidad a lo largo de nuestras diferentes fases vitales (a mediados-finales de los 40 estaría en sus horas más bajas, para comenzar a remontar a partir de los 50), llegó el Profesor de Economía y de la Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Warwick (Reino Unido)  Andrew Oswald con su informe Is Well-Being U-Shaped over the Life Cycle?. Un trabajo de campo realizado sobre 500.000 personas en EE.UU. y en Europa occidental. Del informe se desprende que la tercera parte de la felicidad es obra de la genética.

También han llegado a esta misma conclusión las investigadoras Carol Graham y Julia Ruiz Pozuelo de la Universidad de Oxfordel en el Journal of Population Economics, publicado en 2016. Según el estudio, el grado de felicidad está estrechamente ligado a la calidad de vida y a la compañía de amigos y familiares y en los países más avanzados, como Dinamarca, Reino Unido y Australia, el nivel de felicidad vuelve a recuperarse sobre los 44 años. En España hay que esperar hasta los 52. Hay otros estudios más minuciosos aún realizados sobre las mismas personas a lo largo de su vida. Todos ellos corresponden a una nueva tendencia económica que busca una forma más satisfactoria y más humana de medir el estado de bienestar de los países más allá de los parámetros meramente económicos. Investiga el sentimiento de felicidad en sí.

Según estos estudios, así es como va fluctuando nuestra felicidad desde que tenemos uso de razón hasta que nos vamos: Comenzamos en lo más alto, radiantes, repletos de energía e ilusión, cuando tienes clarísimo que lo que cuenta es el momento y lo que quieres es pasarlo bien, donde está todo por hacer, incluso te puedes permitir errar una y otra vez porque uno tiene tiempo hasta para malgastar. Tras esa laaarga infancia y juventud, el carro de la montaña rusa comienza a descender por la pendiente a medida que nos hacemos adultos y alcanzamos una madurez en la que no nos queremos reconocer, cuando nos entra una necesidad voraz por crear un espacio y un nido propio, lo que suele acarrear una sobrecarga de responsabilidades, ansiedad y estrés, cansancio e incertidumbres. Y el carro llega  hasta la base, se queda ahí, inmovilizado, en una etapa un tanto oscura, de no encontrarse, de tener esa sensación de que el tiempo se te escapa y aún no sabes lo que quieres hacer con el resto de tu vida, cuando además nos han metido en la cabeza que ya no es tiempo de andar arriesgando y explorando nuevas posibilidades. Son los cuarenta y pico, lo que viene a llamarse la crisis de la mediana edad; para volver a ver la luz y remontar a los 50 hacia un estado de bienestar que nos dan la templanza, la aceptación, la capacidad de resiliencia y, sobre todo, el sentimiento de libertad. Y cuanto más feliz, más sano.

Está claro que todas las etapas tienen sus luces y sus sombras, y que este paseo por la vida es una visión muy generalizada. Pero bendita sea esta U que nos aleja de la idea de una vida cuesta bajo. Y que, además, hoy y mañana promete un ascenso excitante por muchos años, con salud y con actitud.

Dejo aquí un artículo publicado en El Guardian del periodista y escritor Jonathan Rauch, donde habla sobre su libro que acaba de publicar, The Happiness Curve: Why life gets better after 50. Los 40 fueron para él un perÍodo de continua inquietud y desasosiego, aunque no tuviera de qué quejarse, y fue ir cumpliendo años y encontrar un estado de bienestar que, según dice, «merece la pena su espera».

 

Nota: ilustra este post un fotograma de la película «El jardín de la alegría», comedia inglesa de Nigel Cole (año 2000) que narra las peripecias de Grace para salir adelante, tras enviudar y encontrarse con que ha heredado una preciosa mansión con  enormes deudas.

 

Nos gustaría MUCHO saber qué piensas sobre esta U de la felicidad. Si estás experimentando esas mismas sensaciones o lo vives de forma diferente. ¡Déjanos tus comentarios!

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