Jane Goodall, uno de esos homo sapiens extraordinarios

por 8 Ene, 2019PERSONAS

Jane Goodall junto a la chimpancé rescatada LaVielle en el centro de rehabilitación Tchimpounga Chimpanzee Rehabilitation Center en la República del Congo. Foto:©Jane Goodall Institute/Fernando Turmo
Jane Goodall dice que nació queriendo a los animales. Su madre se ocupó de dejar que esa emoción fluyera y de apoyarla. El resto de su historia ha sido un cúmulo de circunstancias, bien aprovechadas, que fueron construyendo su camino. Compró de niña, con sus primeros ahorros, el libro de Tarzán de los monos, que resultó ser el germen de su amor por los chimpancés, y unos cuantos años después comenzó la gran aventura con los primates de sus sueños, que definiría el resto de su vida.

Antes de saber lo que le depararía el destino, Goodall se puso a trabajar como secretaria en Londres porque no podía permitirse una carrera. No parecía un buen comienzo para sus aspiraciones, pero el trabajo estaba relacionado con los documentales y, sin saberlo, resultó serle muy útil para el futuro. El punto de inflexión fue un viaje en barco que realizó a Kenia invitada por una amiga. Contaba con 26 años y fue su primer contacto con los animales salvajes. Allí le sugirieron conocer a Louis Leakey, un famoso antropólogo y paleontólogo, que por entonces trabajaba como comisario del Museo de Historia Natural de Nairobi. Consiguió una cita, pasearon, charlaron y quedó impresionado por sus conocimientos y su curiosidad. Leakey acababa de quedarse sin secretaria personal y como Goodall sabía de qué iba el tema, le ofreció el puesto. Fue quien le introdujo en el mundo de los chimpancés y su gran mentor.

Paralelamente la etóloga Birutė Galdikas se dedicaba al estudio de los orangutanes en Indonesia y la zoóloga Dian Fossey al de los gorilas en la selva del Congo y Ruanda. Fossey se implicó tanto en su protección contra la caza furtiva que le costó la vida, y su labor fue llevada a la gran pantalla por la maravillosa Sigourney Weaver en la película Gorilas en la Niebla (1988), basada en su libro de trabajo de campo con el mismo nombre. Recuerdo al ver la película la congoja descontrolada que me produjo aquel terrible final, y como una amiga, que me acompañaba, me espetó sin piedad: esa mujer era una loca. Me quedé atónita con ese comentario. Me dolió darme cuenta tan de sopetón del abismo que nos separaba. A mí me parecía una valiente y a ella una loca. Así está hecho el mundo. Fossey, junto con Goodall y Galdikas formaron el Trimates, el grupo de tres prominentes investigadoras en primates. Las tres fueron enviadas por Leakey a estudiar los simios en su hábitat natural. Y sus trabajos contaron con el apoyo de la National Geographic Society. La organización internacional, fundada en Washington, celebra 130 años de actividad divulgativa y exploradora. Fundación Telefónica le dedica una exposición que puedes ver hasta febrero. Jane Goodall ha sido una de las investigadoras y activistas invitadas. Y allí nos contó su historia.

Tras su primer acercamiento al mundo salvaje, Goodall tuvo que volver a Inglaterra mientras esperaba a que Leakey reuniese dinero suficiente para que pudiese hacer trabajo de campo en el actual Parque Nacional de Gombe, en Tanzania. Su misión consistiría en estudiar el comportamiento de los chimpancés para comprender mejor la evolución humana. Consiguieron la financiación de un filántropo norteamericano por un periodo de seis meses, que se extendió a dos años. Su madre le acompañó, porque por entonces las autoridades británicas no le permitían estar allí tan joven por su cuenta. Vivieron en un campamento inmersas en la vida salvaje. Durante sus primeros meses, Jane inspeccionaba las montañas con prismáticos y se desesperaba porque los chimpancés no se dejaban ver fácilmente. Hasta que llegó el momento de maduración de los frutos, y un gran grupo de chimpancés salieron de la selva cerrada para darse un banquete. Desde allí les pudo contemplar tranquilamente. Escuchaba los sonidos que emitían, observaba sus costumbres cotidianas, cómo construían sus nidos para dormir y los recogían a la mañana siguiente, cómo fabricaban sus herramientas para comer…

Por entonces los científicos desconocían que los chimpancés pudieran fabricar artilugios para servirse de ellos. Solo se consideraba al hombre capaz de hacer tales cosas. Ese fue uno de los grandes hitos en su trabajo. Y lo que permitió a Leakey ir a la National Geographic para que documentasen sus descubrimientos. Por entonces Goodall ya podía dejarse ver entre los chimpancés, incluso acercarse a ellos. Grabaron sus comportamientos afectivos, entre ellos el altruismo y la compasión, sus dotes de liderazgo y sus luchas territoriales. Y el documental se distribuyó por el mundo. Goodall era muy joven y carecía de estudios científicos, y eso rechinaba entre la comunidad científica, pero contaba con el respaldo de su labor de investigación. Fue el estudio más largo realizado en el mundo sobre un grupo grande de primates.

Con dos años de trabajo, Goodall comenzaba a entenderlos y a conocerlos. Ya se encontraba en su salsa, cuando recibe una carta de su mentor advirtiéndola de que debía de pensar en mantenerse a sí misma. Para ello necesitaba un título y como no tenía tiempo para una licenciatura, Leakey le inscribió en un doctorado en Cambridge sobre etología (el estudio de los comportamientos de los animales). Allí no estaba en su ambiente. Sus profesores le derrumbaron su planteamiento de estudio: no podía dar nombres a los chimpancés ni dotarles de comportamientos emotivos ni de personalidad. Todo eso era territorio exclusivo de los seres humanos. Pero a pesar del parecer de los académicos sobre el trabajo de la joven Goodall, sus años de observación sentaron una base nueva de investigación del comportamiento de los chimpancés y cambió radicalmente el campo de la etología. Supuso una revolución sobre la exclusividad de los comportamientos humanos.

Sacó el doctorado y volvió a Gombe como Dra. Goodall. Creó una estación de investigación donde llegaban estudiantes del mundo para estudiar aspectos de los chimpancés. Y ella siguió adentrándose en la selva para seguir observando su entorno. Empezaba a comprender la naturaleza como un todo, veía cómo las especies están interrelacionadas entre sí, cómo cada una cumple su papel y su perdida, por pequeñas que sean, llevan al colapso de ecosistemas. Comenta la doctora que fueron los años más felices de su vida. Consiguió sentir una conexión espiritual con la naturaleza que le dio las fuerzas para mantenerse fuerte después de abandonar Gombe.

En 1986 colaboró en la organización de una conferencia internacional para reunir a personas que estaban estudiando los chimpancés por otros lugares de África y compartir información sobre su conductas en los diferentes entornos. Comprobaron cómo sus usos y costumbres variaban según el lugar, cómo los chimpancés tienen sus propias culturas con sus comportamientos diversos y complejos que nos acercan tanto a los humanos y con los que compartimos el 98,6% del ADN. Pero también se dio de bruces con la caza furtiva y el cautiverio de chimpancés que se estaba llevando a cabo. Arrancaban a los pequeños de sus madres para llevárselos a circos, a zoos y a laboratorios para la investigación médica. Era el comienzo de la caza furtiva de animales y Goodall lo desconocía. La conferencia le supuso un nuevo punto de inflexión en su vida: su bautizó como activista.

No sabía bien por dónde empezar, cómo hacer para luchar contra esa lacra. Comenzó introduciéndose en los laboratorios. Vio lo que allí se hacía y de dedicó a recaudar apoyo para liberar a los más de 400 chimpancés para investigación médica en EE.UU.. Y viajó a los diferentes territorios africanos donde habitan los chimpancés y descubrió la terrible pobreza y violencia de los pueblos de su entorno, que estaban luchando por sobrevivir. Este panorama aciago le sirvió para darse cuenta de que el bienestar de los chimpancés estaba íntimamente unido al bienestar general de los habitantes con quien comparten su hábitat. Fue otro de esos momentos eureka, como los llama Goodall:  «Si no hacemos algo para ayudar a esta gente no podemos siquiera intentar empezar a salvar a los chimpancés«, comentó en su charla.

Y así comenzó una nueva aventura en la que sigue trabajando. Cuidar y estudiar a los chimpancés implica cuidar su hábitat, y ahí tiene un papel fundamental no solo la gente local que cohabita con ellos, sino todos nosotros que estamos implicados en el cuidado del planeta. Crearon en 1994 el programa Take Care, con apoyo del Gobierno de Tanzania y fondos privados, integrado por un grupo de siete personas del país, trabajadores en agricultura y educación. Visitaban los pueblos de Gombe para escuchar a los locales. «Empezamos a ayudarles a restaurar la fertilidad de los suelos sin productos químicos, a mejorar la salud y la alimentación, nos ocupamos de continuar la educación de las niñas cuando llegan a la pubertad, les instruimos sobre la planificación familiar porque ya no había tierras para alimentar a grandes familias. También introdujimos los microcréditos para fomentar la actividad comercial, sobre todo, entre las mujeres. Ahora hay 12 bancos de microcréditos alrededor de Gombe, para programas sostenibles medioambientalmente. Generamos confianza para que los propios habitantes protegiesen a sus propias comunidades de chimpancés con smartphones, grabando la deforestación ilegal y creando zonas seguras en las junglas». Este programa está actualmente en 72 pueblos en Tanzania y lo han exportado a Senegal, Uganda, República del Congo, Burundi y Mali.

«Pero esto cuesta dinero, advirtió Goodall en la conferencia. Por eso viajo, para despertar la concienciación de las poblaciones y para recaudar fondos. Y cuando viajo sigo aprendiendo cómo funciona nuestro mundo. Veo los grandes avances de los seres humanos fuera de nuestro planeta, y mientras son capaces de destruir el suyo propio, tan bello, completo y único. ¿Cómo es posible que el ser más inteligente sea capaz de destruir su propia casa? ¿Estamos perdiendo sabiduría y capacidad de pensar en algo más que no sea nuestra propia satisfacción inmediata?». «Tenemos que superar, entre todos, la pobreza para recuperar un equilibrio, superar nuestra sociedad materialista que nos ha atrapado y que acentúa la desigualdad». La juventud está dañada porque ha heredado un mundo herido y entre todos tenemos que recuperar un equilibrio.

Para concienciarnos, el Jane Goodall Institute con una red de 34 oficinas independientes por todo el mundo, entre ellas el Instituto Jane Goodall España (IJG), creado en 2007, lleva a cabo todo tipo de iniciativas, como el rescate y rehabilitación de chimpancés, proyectos de conservación de chimpancés salvajes, reforestación y educación. Una de las acciones educativas, que destacó Goodall, es el programa Raíces y Brotes (Roots&Shoots) en el que todo el mundo puede crear su propio grupo de R&B con proyectos locales que implican a jóvenes y niños, padres, educadores, estudiantes universitarios, asociaciones y otros colaboradores. Esta iniciativa es una de las grandes apuestas del IJG y de su fundadora. Es una apuesta por la juventud como la esperanza del futuro. Su intención es que cada niño y joven sea consciente de que cada uno de nosotros tenemos una misión: provocar un tipo de impacto ético cada día sobre la gente, los animales o la naturaleza. Es responsabilidad de cada individuo y no es demasiado tarde. «Muchos adultos piensan que ya no hay nada que hacer, por eso es tan importante incidir en los más jóvenes para que sean ellos los que nos digan que sí que se puede y que se debe hacer». ¿Cuántas madres no habréis escuchado de vuestros hijos: mamá, esto hay que reciclarlo; por favor, cierra el grifo mientras te cepillas los dientes; ¿por qué no llevamos un carrito de la compra en vez de las bolsas?; ¡no fumes, por favor!… y estas propuestas de los hijos, sí que van calando en los padres. «Creo en el poder de resiliencia en la naturaleza y en el espíritu indomable que hay dentro de cada uno de nosotros. Estamos rodeados de gente que se supera ante las condiciones más adversas. Lo consiguen porque se empeñan. No hay que darse por vencidos, hay una manera de superar las inclemencias».

La primatóloga, antropóloga y mensajera de la paz de la ONU, Jane Goodall, quiere acercarnos su amor por los chimpancés, por la naturaleza y por los seres humanos. Todo está conectado entre sí, todo es transversal. Su tarea es tan ambiciosa que se dedica a viajar, con sus 84 años, 300 días al año, para sensibilizarnos y pedirnos a cada uno de nosotros que aportemos nuestro grano de arena para reconstruir un mundo sostenible. Su último documental Jane (2017) está realizado con horas y horas de material que remonta a sus comienzos y que no se había comercializado. Y al verla una no puede dejar de pensar que retiene intactos, además del amor por su trabajo, la belleza cristalina de su juventud.

Trailer del documental JANE, para National Geographic, 2017.
Momento en el que la chimpancé Wounda es liberada en la Isla de Tchindzoulou, en la República del Congo, tras un período de adaptación en el Instituto Jane Goodall del Congo, 2013.
Encuentro con Jade Goodall en Espacio Telefónica: ‘Mi vida entre los chimpancés salvajes’, 2018

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