Las biólogas especializadas en botánica Joanne Chory y Sandra Myrna Díaz han sido galardonadas con el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2019. «El trabajo que desarrollan , por separado, las ha situado a la vanguardia de las nuevas líneas de investigación con futuras implicaciones destacadas en la lucha contra el cambio climático y sus efectos y en la defensa de la biodiversidad», explicó el jurado en su fallo.
La norteamericana Joanne Chory se dedica a investigar las respuestas moleculares y genéticas de las plantas a la variaciones ambientales en favor de la adaptación de éstas al calentamiento global. Chory nació en una familia rodeada de hermanos y eso le preparó para entrar en el mundo masculino de los laboratorios científicos de igual a igual. Desarrolló tardíamente su vocación científica. No tenía un interés marcado, hasta que se topó con el mundo de la genética en la Universidad. Se dio cuenta de que la genética es lo que nos hace diferentes los unos de los otros. Y eso le fascinó. Se acercó al mundo de las plantas, en busca de una especialización, y ahí se ha quedado, cautivada por su poder de transformación y adaptación al ecosistema. «Cuando las plantas tienen necesidad de hacer algo nuevo (readaptarse a su entorno), duplican un gen al que le dan una nueva función y crean así una nueva forma de vida. Por eso es una pena enorme que no se destinen fondos a la investigación con plantas y, sin embargo, se destine tanto dinero a medicamentos, porque son estas las que nos pueden ayudar a contrarrestar el efecto de calentamiento y sus consecuencias en nuestra salud». «Tuve mi momento de epifanía cuando me di cuenta de lo que pueden hacer las plantas por nosotros y por el planeta. Y esta certeza de tener la capacidad de aportar mi grano de arena a un problema mayor, me la han dado mis 30 años de investigación.
«Creo que ya soy capaz de saber de dónde vienen las plantas, con una historia de 500 millones de años, y también sé que con raíces más profundas podría reducirse los niveles en la atmósfera de dioxido de carbono, CO2. No sólo permitirían a las plantas capturar más CO2 atmosférico, a través de la fotosístesis (las plantas se sirven de la energía del sol para captar CO2 y transformarlo en azúcares), sino que también las harían más resistentes a la sequía. Así que además de ser beneficiosas para menguar el calentamiento de la atmósfera, suponen una forma de garantizar cultivos sostenibles para alimentar a una población que a finales de este siglo superará los 10.000 millones de personas». «Nuestra misión, según Chory, es ayudar a las plantas a que toda la biomasa rica en carbono, que queda cuando mueren, no vuelva de nuevo a la atmósfera como CO2, sino que se estabilice a través de la producción de suberina, una sustancia natural que se genera en las raíces, que enriquece la calidad del suelo y retiene el agua. Y para generar más suberina hacen falta más raíces y más profundas«. El trabajo de su equipo, compuesto por cinco personas, es dar con una planta modelo, la Planta Ideal, genéticamente manipulada, para combinar estas tres condiciones. Las investigaciones las están realizando en el Salk Institute de California, el laboratorio puntero a nivel mundial sobre investigaciones biológicas y también uno de los lugares más impactantes de la arquitectura moderna. Por un lado continúan las investigaciones de laboratorio, pero Salk Institute ya está en conversaciones con las compañías que producen semillas a gran escala para desarrollar sus propios tests y que los agricultores lleguen a plantarlas en sus tierras cuanto antes.
Decía en una entrevista para The Guardian: «Acabo de cumplir 60 años, y quiero aportar algo que realmente marque una diferencia. El cambio climático es un asunto de urgencia a nivel mundial. Y tenemos que hacerlo ya. Quizá ya sea demasiado tarde. No lo sé». Contaba en El País, a propósito de la entrega del galardón: «Pienso que es mi deber esforzarme en las investigaciones para que mis dos hijos hereden un planeta mejor. Me diagnosticaron Parkinson hace 15 años y por eso, debo darme prisa, mientras me sienta en condiciones de ser parte del gran equipo con el que cuento».
Paralelamente, las investigaciones de la argentina Sandra Myrna Díaz permiten cuantificar la importancia de la conversación de la biodiversidad para garantizar lo beneficios que prestan al ecosistema y a la humanidad. La investigadora superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) considera que el premio «es una señal clara de la importancia que se da al cambio ambiental global y a cómo la naturaleza interviene y provee contribuciones fundamentales», explicó a El País. «Los cambios globales, los climáticos, el uso de la tierra, la contaminación y la extracción se potencian entre sí, y eso nos llevará a un mundo cada vez más empobrecido en biodiversidad, cada vez más uniforme». «No importa que uno viva en el último piso del rascacielos más alto de la ciudad más tecnológica, nuestra vida dependerá de la naturaleza por lo que somos, lo que comemos y por nuestra identidad cultural. Tenemos que cuestionar esas narrativas que dicen que la única manera de progresar es consumiendo más con más obsolescencia. ¿Qué es esa idea de progreso?».
«La pobreza no es un estado natural, es el resultado de un modelo político, económico y cultural, en el que una minoría se beneficia desproporcionadamente y a corte plazo a costa del bienestar de una mayoría a la que se le priva de su biodiversidad. La destrucción de esta biodiversidad es el precio que pagamos en nombre del progreso y el desarrollo. Y lo poco que queda es para que lo disfruten unos pocos. Ahora estamos en ese momento en que sabemos que la pobreza no viene dada, sino que es el resultado de la desigualdad y la injusticia. Y esto tiene que cambiar. Los ciudadanos tienen que movilizarse para cambiar el sistema y apostar por una fábrica de la vida sana y ordenada donde quepamos todos, el planeta incluido.». Así de rotunda se muestra esta científica, que ha desarrollado su carrera profesional en su tierra natal, y es una de las científicas especializadas en medio ambiente de mayor reconocimiento a nivel mundial.
Díaz ha dirigido el informe IPBES Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Services (2019), auspiciado por las Naciones Unidas y presentado en mayo en París, que ha suscitado un gran revuelo porque pone, por primera vez, en evidencia todos los factores de carácter humano que convergen en la alteración de la biodiversidad, a la velocidad que lo están haciendo y cómo estos se retroalimentan entre sí y actúan con mayor virulencia en las zonas más afectadas. Lo pone en cifras, cerca de 75% de la superficie de la tierra y 2/3 del océano han sido seriamente manipulados por la acción humana. Básicamente hoy en día la naturaleza en el planeta es producto de la humanidad. Nuestra impronta en la naturaleza es cada vez más extensa. En los últimos 50 años, el cambio climático no ha sido el factor más determinante en la destrucción y manipulación de la biodiversidad (es el tercero por detrás del uso que hacemos de la tierra, la pesca abusiva y la deforestación), pero su impacto aumentará exponencialmente en los próximos 30 años. En estos últimos 50 años el gran consumo y los residuos han cambiado radicalmente el estado de cosas, y la polución y la extinción de especies son algunas de las consecuencias.
El número de especies que se están extinguiendo está basado en estimaciones llevadas a cabo por una red de investigadores y un think tank compuesto por biólogos y organizaciones internacionales que se dedican al estudio interdisciplinar de la ecología, el mundo animal y la sociología. La forma de averiguarlo es extrayendo las medias a partir de cálculos de las especies que conocemos en la Tierra y cómo a éstas les afecta la intervención humana. «Entre estas estimaciones hemos averiguado que cerca de un millón de especies de animales y plantas están amenazadas y su extinción corre a una velocidad sin precedentes, cientos de veces mayor que a lo largo de los últimos 10 millones de años. Pero gracias a las labores de organizaciones dedicadas a la conservación del medio ambiente muchas especias condenadas a desaparecer (oso panda, el lince, la cabra montesa, especies de mariposas, aves, plantas…) han sido rescatadas al borde la extinción. Eso quiere decir que si queremos, podemos actuar». Otro dato interesante del informe es el estudio global que se ha podido hacer sobre las comunidades indígenas y cómo estás han contribuido a mejorar la biodiversidad, tanto que hoy en día Naciones Unidas tiene bajo su custodia como Patrimonio de la Humanidad muchos de sus paisajes tradicionales que aún se mantienen.
Si bien el panorama resulta realmente oscuro, la bióloga Silvia Myrna Díaz también es consciente de que, por primera vez, la relevancia de la biodiversidad comienza a tenerse en cuenta. Se ha convertido en un asunto de interés global. «Todavía estamos a tiempo de poner freno al deterioro de la biodiversidad, si estamos dispuestos a ponerle freno a la rueda de consumo desenfrenado en el que nos encontramos. Depende de nosotros el retrasar las extinciones de especies, que nosotros provocamos, y para eso necesitamos información y actuar en consecuencia. Este es el mensaje que más me interesa transmitir«.
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