La nueva era de la empatía
Ana Campos Aguilar es una astrofísica optimista que se ha ido reinventando a medida que el cuerpo se lo pedía. Tras su doctorado se fue a investigar sobre Cosmología a la Universidad de Durham (UK), con una fellowship de la Unión Europea, y regresó a España en un momento muy complicado. «Muchos investigadores jóvenes volvíamos a casa tras haber culminado nuestra formación postdoctoral en el extranjero, y no había plazas para todos. España estaba, y contínua, en el vagón de cola de la investigación europea en lo que respecta al presupuesto dedicado a I+D. Un nivel presupuestario rácano y carente de visión de futuro».
Después de unos años en el CSIC en precario, sobreviviendo por medio de becas y de contratos temporales asociados a proyectos de investigación, y del propio subsidio de desempleo, tuvo que decidir entre tres opciones: seguir resistiendo, a la espera de un golpe de suerte en forma de plaza, marcharse de nuevo al extranjero, o cambiar de rumbo. Optó por la tercera vía: se reinventó con el objetivo de conseguir un trabajo en el mundo de la tecnología. «Tengo multitud de anécdotas de aquella época, cuenta, en la que buscaba trabajo mientras iba aligerando mi CV de investigadora, del que llegó a desaparecer hasta el título de doctora. Los especialistas en RRHH de las empresas de tecnología no parecían tener muy claro qué hacer con una cuarentona experta en Cosmología… Finalmente entré en ATOS gracias a la mediación de una amiga, y de ahí cambié a Indra, mi empresa actual, donde trabajo como gerente de cuenta».
«Pero como no hay dos sin tres, hace unos años emprendí una tercera carrera: ¡la escritura! Las edades de Sapiens es mi segundo libro. El primero, Al otro lado del arco Iris: Reflexiones sobre el Universo, la Vida y su Significado me lo auto-publiqué hace un par de años. Escribir se ha convertido en una pasión que creo que me va a acompañar de por vida. Y es que cuanto mayor me hago más necesidad siento de compartir con otros todo aquello que he ido y continúo aprendiendo en este viaje fascinante que es la vida».
Aquí os dejo una entrevista para On the 50 Road en ocasión de la publicación de su segundo libro, Las edades de Sapiens (Ed. Sicomoro), un estudio divulgativo sobre la evolución de la humanidad: de dónde venimos y hacia dónde vamos.
– ¿Qué hace una astrofísica indagando sobre la evolución del ser humano?
Puede sonar extraño que una astrofísica se lance a escribir un libro sobre la evolución del ser humano, pero lo cierto es que, en mi caso, es absolutamente natural. Me considero a mí misma lo que Schopenhauer llamaba un “animal metafísico”, y de hecho fue esta inquietud por acercarme a las respuestas de las grandes preguntas de la metafísica lo que me llevó a estudiar Física, y a especializarme en Cosmología. Quería conocer cuáles son los límites del conocimiento proporcionados por la Ciencia.
Una pieza esencial de la realidad del mundo es la vida, que se materializa a través de la fascinante diversidad de seres vivos. En nuestro pequeño y aparentemente frágil planeta, hoy por hoy somos la especie más evolucionada, no tanto desde un punto de vista biológico, puesto que tenemos un nivel de complejidad similar al del resto de mamíferos superiores, como desde el punto de vista cognitivo.
Sapiens se ha encaramado en un escalón evolutivo que le permite hacerse planteamientos reflexivos sobre la vida y su propósito, sobre la felicidad y el sufrimiento. En mi opinión, esta situación de aparente “superioridad” no nos otorga más derechos, sino una enorme responsabilidad. Es como la responsabilidad de un hermano mayor: el hecho de ser más “fuerte” que sus hermanos no sólo no le da más derechos, sino que le obliga a cuidar de éstos cuando la situación así lo exija.
Sapiens tiene “poder”, mucho “poder”, gracias a esa posición hoy por hoy preferente en la escalera evolutiva. Pero como contrapunto tiene una enorme responsabilidad: la de cuidar del resto de la vida en el planeta, y la de garantizar la viabilidad del futuro que merecen las generaciones que nos sucederán. Unas generaciones que deberán continuar el ascenso por la fascinante escalera de la complejidad.
-¿Por qué el libro Las Edades de Sapiens? ¿De qué estamos hechos los humanos?
Las edades de Sapiens trata de contribuir a esta reflexión colectiva que debemos emprender sin demora, antes de que los acontecimientos nos atropellen. Nos adentramos en una nueva era, el antropoceno, al ritmo vertiginoso que impone una revolución tecnológica sin precedentes. ¡Absolutamente disruptiva! Difiero completamente de los que comparan la revolución actual con la revolución industrial. La revolución actual es de una magnitud muy superior a cualquier otra del pasado, con la excepción de la que vivieron nuestros antepasados cuando desarrollaron la agricultura y la ganadería, se asentaron, e inventaron el modelo de “producción” que hizo emerger la civilización tal y como la conocemos. Es decir: de la revolución neolítica.
En la coyuntura actual creo que es absolutamente imprescindible abrir un amplio espacio para la reflexión desde posiciones humanistas. Vivimos en un mundo tensionado por los desequilibrios, que se despereza cada mañana bajo la inquietante sombra de un cambio climático. Un mundo a punto de ver cómo un altísimo porcentaje de los puestos de trabajo que sustentan el modelo global “productor/consumidor” desaparecen tras la primera gran oleada de robotización, haciendo saltar por los aires los flujos económicos.
Llegados a este punto de inflexión, si queremos mantener la situación bajo control, convirtiéndonos en los guionistas del inevitable cambio y no sólo en sus actores involuntarios, no nos queda más remedio que sentarnos con toda la calma del mundo a reflexionar, por más que el ritmo frenético de los acontecimientos nos empuje precisamente a todo lo contrario: ¡a corretear de un lado a otro como pollos sin cabeza! Hay que mantener la cabeza fría, y el corazón caliente, porque la clave de la nueva época que está por llegar no está en nuestra capacidad de razonar, sino en la de sentir.
¿De qué estamos hechos los humanos? ¡De lo mismo que el resto de los seres vivos! Los animales, todos sin excepción, desplegamos tanto la capacidad de sentir como la de razonar. Tenemos “conciencia”, que es la extraordinaria propiedad natural que nos proporciona esa doble habilidad. Desde mi punto de vista – nuevamente vuelvo a hablar desde mi concepción metafísica personal – la conciencia es algo inherente a la vida. La propiedad que la dota de significado. Casi podríamos decir que es su sustrato básico. Somos capaces de razonar siguiendo las mismas “reglas” que compartimos con la naturaleza que nos rodea, y gracias a ello es como estamos siendo capaces de desentrañar las leyes de la Física, de la Química, y de la Biología. Es más: nuestra capacidad de procesar información, de deducir e inferir datos y hechos, es lo que hemos comenzado a programar en esos artilugios asombrosos a los que, equivocadamente, llamamos “inteligencia artificial”.
Pero también estamos hechos de sentimientos… Y es en este mundo de las emociones donde encontramos lo que, siempre desde mi punto de vista, otorga el verdadero sentido a la existencia, a la vida, y al propio mundo: se trata de la prodigiosa y poderosa capacidad de amar.
Sapiens vivió su primera edad a lo largo de la prehistoria. En esta edad apenas diferíamos de la forma en la que viven su vida el resto de animales del planeta: éramos salvajes, nobles e inocentes. Esta edad de la inocencia marcó para siempre nuestra alma paleolítica, nuestra esencia más básica, la que nos interconecta con el resto de la vida.
Luego, a raíz de la revolución neolítica, nos adentramos en la edad de la razón, que ha tenido varios hitos entre los que destaca con luz propia la revolución científica. Una edad que ha llegado a su zenit, debiendo dar paso a la siguiente edad ya que no da más de sí.
La nueva edad que comienza ahora será una edad integradora de nuestra alma paleolítica con el científico / tecnólogo que hemos aprendido a ser durante la edad de la razón, y con el animal metafísico que llevamos dentro que lucha por aflorar. En esta edad brillará con luz propia la faceta emotiva, pues es ahí donde enraíza la capacidad de amar, y estará regida por nuestra capacidad de sintonizar las emociones con la vida que nos rodea.
Si a la edad de la inocencia le sucedió la edad de la razón, la que comienza ahora no es otra que la edad de la empatía.
– Háblame sobre “la UTOPÍA como motor que nos hace avanzar y la ESPERANZA como su combustible”. ¿Por qué son tan necesarias?
En mayor o menor medida todos disfrutamos de momentos de felicidad, pero también de sufrimiento y dolor. Además de un inconformismo que nos hace luchar, dentro de las posibilidades de cada uno, por afianzar los momentos de felicidad mientras tratamos de huir del sufrimiento. A menudo mantenemos una perspectiva muy local: nos ocupamos/preocupamos de nosotros mismos, y de nuestros seres más queridos. Pero en muchas otras ocasiones, que van ganando en frecuencia, ampliamos nuestro campo de visión gracias a nuestra capacidad empática natural, extendiendo nuestra preocupación por el bienestar de otros a los que ni tan siquiera conocemos. Es este inconformismo el que nos hace avanzar.
¿Qué nos hace ser inconformistas? ¿Qué nos impulsa a no conformarnos con la suerte, propia y ajena, que a cada cual le ha tocado en la lotería de la vida, empujándonos a nadar contra la corriente en lugar de dejarnos llevar? ¡El convencimiento interior de que otras realidades son posibles! Al verse encerrado entre cuatro paredes de hormigón, nadie en su sano juicio decide abrirse un hueco para escapar a cabezazos, porque sabe que lo único que conseguirá es romperse la crisma. Pero tampoco se conformará a su triste suerte sin estudiar en detalle cada milímetro de la celda, buscando a fondo cualquier ranura, por mínima que sea, por donde pueda abrirse un hueco.
Vivimos una realidad que está lejos de ser ideal, de ser una utopía. Pero tenemos la capacidad de imaginar escenarios utópicos, mundos mucho mejores y más justos que sabemos que existen más allá de los cuatro muros de hormigón que nos oprimen. Si no tenemos ESPERANZA de que consigamos alcanzar esos mundos de UTOPÍA, no recorreremos la celda buscando las ranuras para escapar de ella. La ESPERANZA es el combustible que alimenta el motor con el que nos ponemos en marcha, a la búsqueda de la UTOPÍA futura. ¿Pero dónde encontramos esa ESPERANZA? ¿Cómo la alimentamos? Nacemos con ella, es innata. Pero también se recarga mirando al pasado: recordando todas esas UTOPÍAS por las que lucharon nuestros antecesores, y que dejaron de serlo al ser convertidas en realidad gracias a que no perdieron la esperanza. Ellos encontraron ranuras en los muros de la celda, y los fueron debilitando. Nosotros tenemos la capacidad, y el deber, de continuar su tarea.
Hay que “jugar” a imaginar mundos mejores. Utópicos. Y hay que luchar por ellos. Y cuando sintamos que nos quedamos sin esperanza, sólo tenemos que mirar hacia el pasado para recargar ese combustible mágico que necesitamos para caminar.
– ¿De dónde te viene una visión OPTIMISTA de cara al futuro? ¿Hacia dónde piensas que vamos?
Me viene de una concepción metafísica particular, según la cual las cosas no son como son por pura y remota casualidad, sino que tienen una razón de ser. Y esa razón no es otra que la propia vida, que emerge a la realidad del universo para evolucionar de manera continuada hacia niveles cada vez más elevados de complejidad. No creo en el estancamiento, porque no ha existido nunca. Y tampoco creo que pueda haber una involución, porque tampoco la ha habido. Es cierto que si miramos nuestra historia con una lupa vemos crestas y valles, pasos adelante y atrás. Pero son situaciones locales. Si ampliamos un poquito la resolución de nuestra mirada, apreciamos una clarísima evolución con pendiente positiva.
Hay mil y una razones por las que estar preocupados, y hasta enfadados con nosotros mismos por la situación actual. Miseria, hambre, injusticias, violencia… ¡150 millones de niños con desnutrición crónica! Sólo este dato nos debería hacer llorar, entre otras razones porque, salvo por contadísimas excepciones, ninguno de nosotros estamos haciendo lo suficiente por contribuir a erradicar ese horror. Pero junto a esos datos llenos de reproches hacia nuestra actitud, en primera persona del plural, hay muchos otros que nos llevan al convencimiento de que el mundo nunca ha sido mejor de lo que es ahora. ¡Y nunca ha habido tantas posibilidades de cambiar para mejor! Es lo que en el libro llamo “luciérnagas en la oscuridad”. Hay muchos datos que invitan al OPTIMISMO, el hermano gemelo de esa ESPERANZA que nos hace levantarnos cada mañana, convencidos de que hay un mundo mejor esperándonos a la vuelta de la esquina.
Adicionalmente soy optimista porque estoy convencida de que ese muro de hormigón que nos aprisiona, dando forma a nuestra realidad actual, no es más que una construcción de nuestras verdades colectivas. Sólo tenemos que cambiar de perspectiva, creer firmemente en que otros mundos son posibles.
– ¿No asusta pensar que a día de hoy estamos asistiendo a un cambio geológico provocado por nosotros mismos? ¿Es tan relevante nuestro impacto en la Tierra que en un período de tiempo tan corto -creo que se sitúa en la segunda mitad del s.XX- hemos conseguido generar un nuevo ciclo geológico? ¿No resulta apocalíptico?
Según nos cuentan los expertos, estamos ante un cambio climático de una magnitud que aún está en discusión pero que no parece liviano. También está en estudio hasta qué punto la mano del hombre es su causa única o primaria, o si simplemente estamos contribuyendo a potenciar un cambio natural, similar a tantos otros que ha habido en el pasado.
Sea como fuese, nuestro impacto negativo en el planeta se está haciendo notar, y mucho. ¡Y es de una irresponsabilidad extrema! Estamos envenenando los océanos, aumentando el contenido de gases de efecto invernadero, alterando el ciclo natural de las especies a través de los alimentos transgénicos, contribuyendo de manera decisiva a lo que los científicos ya llaman “sexta gran extinción”…
Efectivamente: ¡suena absolutamente apocalíptico! De entrada, el cambio que ya está en curso está aumentando la frecuencia de las catástrofes naturales, y destruyendo numerosas zonas de cultivo precisamente en las regiones más desfavorecidas. Es evidente que esta situación va a espolear los flujos migratorios, tensionando aún más los frágiles equilibrios que se viven a nivel internacional.
Afortunadamente, la conciencia medioambiental está al alza. Esperemos que esta tendencia continúe y se fortalezca durante los próximos años, hasta conseguir hacerse eco “de verdad” en una política que sigue siendo extraordinariamente cortoplacista, egoísta e irresponsable en términos medioambientales.
– ¿Cuáles son las grandes preguntas de la metafísica y a qué nos conduce planteárnoslas?
Lo que nos diferencia del resto de los primates superiores, que son muy inteligentes tal y como los primatólogos se han encargado de constatar, no creo que sea nuestra mayor habilidad como “tecnólogos”, sino el hecho de ser “animales metafísicos”. Hasta donde sabemos, un chimpancé, o un bonobo (confieso que he desarrollado una auténtica pasión por los bonobos a raíz de escribir este libro), no se preguntan de dónde viene la fruta que hay en los árboles. Buscan las vueltas para llegar hasta ella, llegando a desarrollar estrategias fascinantes que no dejan lugar a dudas de su inteligencia y astucia. Nosotros hemos ido un paso más allá: nuestro desarrollo como consumados tecnólogos nos ha llevado al punto de poder cultivar la fruta a voluntad, e incluso a manipularla genéticamente. Pero no creo que sea esto lo que nos hace diferentes a nivel evolutivo de nuestros primos hermanos… La verdadera diferencia radica en que nosotros hemos comenzado a preguntarnos qué es la fruta. Por qué está en el árbol. Qué es el árbol. Por qué queremos comernos la fruta… Y es así como nos hemos ido envolviendo en una espiral de preguntas que nos han llevado a cuestionarnos qué es el universo, qué es la vida, qué somos nosotros, qué sentido o propósito tiene nuestra existencia… ¡Las grandes preguntas de la metafísica!
Nuestro intelecto nos ha llevado a desarrollarnos como tecnólogos hasta unos límites portentosos, mientras la reflexión metafísica se ha mantenido en un discreto segundo plano. Aunque, quizás, este sea el ciclo natural puesto que la reflexión no deja de ser una segunda vuelta de tuerca a nuestras capacidades cognitivas. Lo cierto es que hemos llegado a un nivel de desarrollo tecnológico inaudito que se materializa en este planeta altamente tecnificado en el que vivimos. Y en el mientras tanto, no hemos dejado de comportarnos como lo que somos, unos primates superiores cegados por la cantidad de fruta que tienen a su alcance, que viven enzarzados en una pelea continuada por convertirse en el macho/hembra-alfa de su grupo: el que se lleva la mejor pieza de fruta y al que todos los demás temen / respetan / admiran.
Plantearnos de manera colectiva, y con la importancia que se merece, las grandes preguntas de la metafísica, quizás sea el verdadero punto y aparte en nuestro devenir como especie. Preguntarnos los porqués profundos de cada una de las cosas que hacemos, el propósito que subyace a nuestras acciones, plantearnos la existencia de los sentimientos como algo central en nuestra vida… Este tipo de reflexión pone el freno a una carrera desenfrenada cuyo objetivo ni tan siquiera ha sido planteado. Hemos corrido mucho. Sí. Y hemos conseguido muchos logros. Pero ha llegado el momento de cuestionarnos hacia dónde vamos y, sobre todo, hacia dónde queremos ir. Ha llegado el momento de madurar, y de comenzar a dirigir conscientemente el rumbo de nuestro viaje común.
Estupenda entrevista. He aprovechado para descargarme el libro de Ana en mi Kindle, que aún no lo tenía, y espero leerlo en breve, ya que me va a venir MUY bien para una pequeña charla estilo TED que voy a dar en breve y en la que pensaba hablar al final sobre la importancia de la «Evolución Cultural» como motor de trascendencia de nuestra especie, al hilo de las enseñanzas de Eudald Carbonell.
Como bien dice Ana, al fin y al cabo somos unos meros «primates con avanzadas capacidades tecnológicas», y está claro que ni somos la «cima» de la pirámide evolutiva, ni tenemos ya recorrido (y tiempo) para evolucionar genéticamente al ser todos miembros de la misma especie, ni está aún claro que la evolución tecnológica nos permita -por motivos éticos o técnicos- evolucionarnos «a otra cosa» natural o artificial. La clave está en la evolución cultural y (como muy bien expone Ana) en esa transformación de nuestro concepto de «humanidad», en la que debemos enriquecernos y transformarnos a partir de la diversidad cultural, las emociones juegan un papel clave. Sin ellas, no seremos capaces de aprehender y fusionar esa diversidad para transformar nuestra propia naturaleza primate en una naturaleza realmente HUMANA.
Muchas gracias por tu comentario Fernando. Y qué vaya muy bien en la charla.