¿Para qué se mide la felicidad?

Finlandia es el país más feliz del mundo. Eso avalan decenas de estudios, y lo acaba de refrendar el Informe Anual de la Felicidad 2018 de las Naciones Unidas. Sus razones para conseguir este título no son ningún secreto: la confianza en los políticos y en el resto de los ciudadanos, la igualdad, el respeto cívico a la altura del interés por el propio bienestar, la generosidad y una esperanza de vida larga. Es un país donde se vive apaciblemente, se paga una tasa muy alta de impuestos, y se hace sin rechistar porque saben que revierte en la sociedad, y todos sacan su provecho. Su lema es algo así como piensa en la comunidad y vivirás mucho mejor tú mismo.
Pero Finlandia más que haber alcanzado un estado de nirvana, lo que ha conseguido es una gestión política capaz de generar un sentimiento de bienestar dentro de la sociedad. No sabemos si la gente es dichosa, pero sí que es el país en el que mejor se vive, el más desarrollado socialmente. El lugar en el que todos los ciudadanos, independientemente de sus ingresos, cuentan con una base de bienestar garantizada. Lo saben y están más que satisfechos.
El Informa de la ONU le ha otorgado el premio a la felicidad y eso es un golpe de efecto, pero paralelamente el instituto de estadística finlandés saca pecho con sus porcentajes y publica todas las razones por las que el país goza de tanto bienestar. Informes nacionales e internacionales que acreditan al país «entre los mejores del mundo». Destaco algunos de ellos: Finlandia aparece como el país en el que más se lee del mundo, con la mejor educación primaria y el más seguro, ocupa el segundo puesto en tener a alguien a quien acudir en caso de necesidad, y el tercer puesto en cuanto a igualdad de género, en la calidad del aire que respiran y en fomentar una formación prolongada a lo largo de la vida, porque son conscientes de que el ser humano tiene necesidad de aprender a cualquier edad y porque, según los tiempos que corren, los cambios de trabajo y la constante introducción de nuevas tecnologías requerirán una puesta a punto continuada.
En 2011 la ONU aprobó una resolución sobre la felicidad, en la que se pide a todos los países que se centren en el bienestar de sus ciudadanos para mejorar la calidad de vida. Su inspiración fue el país asiático Bután, pionero en introducir en 1972 el término de Felicidad Nacional Bruta, en un intento de ir más allá en la gestión política, observando y teniendo en cuenta el sentir de las personas. En 2013 la ONU declaró el 20 de marzo Día Internacional de la Felicidad y desde entonces publica un ranking mundial de bienestar que cubre 156 países, lo que se viene a llamar el Informe Anual de la Felicidad (The World Happiness Report), realizado por el Departamento de Investigación de la Felicidad de Copenhague. Entre las variables sobre las que trabajan se encuentran la renta per cápita, las ayudas sociales, la esperanza de vida, la libertad para tomar decisiones, la percepción de la corrupción, la generosidad, la confianza y, este año también ha puesto el estudio su foco en la calidad de vida de los inmigrantes. Es el informe más exhaustivo a la hora de medir calidad de vida.
Pero hay muchos otros estudios, como el cuestionario abierto y siempre en activo que propone la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Tu Indice para una Vida Mejor donde los habitantes de los 34 países miembros pueden manifestar sus prioridades acerca de su propio bienestar y tener una idea de lo que los demás piensan que define una buena vida. Sus indicadores son: empleo, ingresos, vivienda, comunidad, educación, equilibrio laboral-personal, medio ambiente, participación ciudadana, salud, satisfacción ante la vida y seguridad.
Otro interesante es el Happy Planet Index, que puso en marcha la New Economics Foundation en 2009. Lo curioso es que los datos extraídos del último año, en 2016, son totalmente diferentes al informe anual de la ONU, según Happy Planet Index, los países más felices del mundo son Costa Rica («pura vida»), México y Colombia. España ocupa el puesto 15. La iniciativa partió de un grupo de economistas británicos que creyeron en la necesidad de mejorar la calidad de vida mediante la promoción de soluciones innovadoras en progreso social y políticas sostenibles, que afectan al entorno social, al económico y al ambiental. Los indicadores que manejan son la esperanza de vida, el índice de satisfacción personal y el consumo ecológico. El estudio de carácter trimestral comprende 143 países y toma como referencia datos aportados por otras instituciones.
Si volvemos a último ranking de la ONU, los primeros puestos se los disputan año tras años Finlandia, Noruega, Dinamarca y Suiza. Parece que ya se diera por hecho y, sin embargo, no es así. Cada uno de estos países se ocupan con esmero de crearse una sociedad donde se viva bien, donde todos vivan bien. Y cada vez son más los países que, alentados por la ONU, se están mirando al espejo, con sus propios sistemas métricos, para garantizar una sociedad lo más sana posible (y por ende menos costosa posible) y por el empeño humano de seguir avanzando hacia un grado de civilización cada vez mayor. Entre ellos, tan variopintos como el Reino Unido, Noruega, Dinamarca, Corea del Sur, Australia y Emiratos Arabes Unidos.
Si bien España figura en el puesto 36 por segundo año consecutivo en este último estudio (si bien, según una encuesta del CIS de 2015 un 42% de los españoles se definía casi completamente felices), un tema importante sobre el que sí que podemos estar orgullosos es en nuestro sistema de la Salud Pública con respecto a la filandesa, que aún siendo pública es de copago en su totalidad.
En ocasión del Día Internacional de la Felicidad, Espacio Fundación Telefónica invitó, como parte del ciclo de conferencias Hay Vida en Martes, a dos expertos que estudian y miden la felicidad de las sociedades para que ésta determine también la gestión de los gobiernos: Ragnhild Bang Nes, investigadora del Instituto Noruego de Salud Pública y experta en estudios sobre la felicidad y la calidad de vida, y Meik Wiking, director ejecutivo del Instituto de Investigación sobre la Felicidad en Copenhague.
Aunque Noruega lleve la delantera, ambos países son pioneros en la preocupación por medir la calidad de vida de sus habitantes para que sirva de referente a los gobiernos y actúen teniéndola en cuenta. Escuchando la conferencia me sorprendió la importancia que ambos daban a su preocupación por la salud mental de las personas. Según la ONU, uno de cada 10 ciudadanos experimentará depresión o ansiedad en algún momento de su vida Y, sin embargo, ningún Gobierno gasta más del 15% de su presupuesto de salud en el cuidado de la salud mental, que supone sólo el 1% del PIB. Tanto está subiendo el índice de enfermedades mentales que muchos países comienzan a tenerlo en cuenta como un asunto nacional. Reino Unido, que sí que dedica el 15% del presupuesto destinado a la salud, ofrece cuidados psicológicos gratuitos para obtener mejores rendimientos en el mercado laboral. Han hecho las cuentas y saben que por libra invertida obtienen 2,5 de beneficio.
Aunque Noruega lleve la delantera, ambos países son pioneros en el estudio de la felicidad de sus habitantes porque una de sus preocupaciones es prevenir la salud mental. Según la ONU, uno de cada diez ciudadanos experimentará depresión o ansiedad en algún momento de su vida.
Ragnhild Bang Nes busca sentar las bases de la felicidad como asunto de salud pública. Comenzó su exposición enumerando, a partir de una encuesta realizada en Reino Unido, las actividades que más felicidad nos producen: sentir el calor del sol en la cara (ésta fue la número 1), irse a la cama con unas sábanas frescas y limpias, el alivio al desabrocharse un botón cuando uno ha comido demasiado… todos estos son placeres pasajeros, pero cuando uno reflexiona sobre la felicidad se habla de serenidad, armonía, de tener un propósito, formar parte de una comunidad, sentir vínculos, estar conectados, compartir alegrías, experimentar el amor, sentir un interés en la vida, conseguir logros, permanecer a gusto en un lugar, disfrutar del momento… todas estas experiencias son emociones que producen felicidad a lo largo de nuestras vidas.
Noruega, a raíz de la introducción de la Ley de Salud Pública en 2012 que sitúa la responsabilidad del bienestar y la salud mental en las autoridades políticas, está investigando formas de evaluar el bienestar de las personas y en ello están colaborando transversalmente los diferentes ministerios. Tienen información recolectada sobre los indicadores objetivos (el nivel económico del país, ingresos, esperanza de vida, educación, vivienda, sistema sanitario, medio ambiente, el nivel de corrupción…), pero quieren ir más allá y este mismo año presentarán otros datos, esta vez matizados, sobre las percepciones de los ciudadanos, esto es, si se sienten asistidos y respetados por los servicios públicos, si confían en sus instituciones y en las personas que les rodean, si sienten que pertenecen a la comunidad en la que viven, si se sienten libres… parece el colmo de la sofisticación.
El conjunto de los datos dará como resultado una plataforma única y muy útil para que el gobierno pueda proporcionar las bases de una buena vida para el conjunto de la sociedad. Y este entorno de confianza y de bienestar generará individuos con una mejor salud física y mental.
Esta información subjetiva se combinará con los indicadores objetivos. El conjunto de los datos dará como resultado una plataforma única y muy útil para que el gobierno pueda proporcionar las bases de una buena vida para el conjunto de la sociedad. Y este entorno de confianza y de bienestar generará individuos con una mejor salud física y mental, y también el marco adecuado para que puedan gestionar sus problemas personales. Será también la forma para conocer los grupos de riesgo en la sociedad (se refiere a los problemas de salud pública) y poder prevenir, actuar y construir un futuro con unas buenas condiciones de base.
Por su parte, Meik Wiking pertenece a un comité de expertos dentro del Instituto de Investigación sobre la Felicidad en Copenhague y su misión es proporcionar un enfoque científico a la satisfacción vital general en función del sentimiento de las personas y no solo de sus ingresos. Y para ello, buscan respuestas a tres preguntas: ¿cómo medir algo tan complicado como la felicidad?, ¿por qué hay unas personas más felices que otras? y ¿cómo podemos crear las condiciones para que la gente gane en calidad de vida y pueda florecer?. Su objetivo es que el grado de felicidad sea un indicador a tener en cuenta para la buena gestión política y para prevenir enfermedades mentales. «Tenemos que fomentar una población más sana, comenta, que se ocupe de su alimentación y de su salud, y tenemos que eliminar el estigma social de las enfermedades mentales para prevenirlas y tratarlas».
En los países nórdicos hay una voluntad política dirigida al bienestar social y, por eso, son muy buenos en lograr convertir la riqueza en calidad de vida para todos, invirtiendo en comunidad. Y esto se desarrolla con impuestos altos que crean infraestructuras que generan bienestar. Llevan años de avanzadilla en educar a la sociedad para procurase un colchón de seguridad capaz de resistir los embates de la crisis económica. Independientemente de los ingresos cada ciudadano tiene acceso a disfrutar de una calidad de vida relativamente alta. Por ejemplo, se fomenta el sentimiento de igualdad que incide en cosas tan variopintas y fundamentales como unas buenas condiciones para fomentar la natalidad con permisos de paternidad y guarderías públicas; y en la promoción de la bicicleta como medio de transporte común, lo que, además de contribuir a una vida más sana, es más económico, más igualitario y menos estresante.
Según Wiking, es importante el hecho de medir la felicidad para sensibilizar a la sociedad y a sus gobernantes: «lo que se mide importa y, además, proporciona información para la gestión política y resulta más rentable», igual que medimos los pasos diarios que damos para ocuparnos de nuestra salud. La Escuela de Económicas en Reino Unido está llevando a cabo un trabajo de campo a través del app Mappiness en la que la gente que se inscribe va contestando a preguntas a lo largo de sus vidas. Y comenta Wiking como es apasionante comprobar las valoraciones de las personas según qué acontecimientos políticos, según qué actividades estén desarrollando, dónde estén o qué día de la semana sea.
Meik Wiking insiste en la necesidad de que cada persona sea consciente de qué es lo que le hace feliz, que cree su propia guía de emociones positivas para encaminar su vida acorde con ellas. Es lo que los daneses viene a llamar «hygge», todas aquellas cosas que nos reconfortan. En su libro “Hygge. La Felicidad en las pequeñas cosas” propone unos cuantos con los que seguramente coincidas. Aquí van.
Hablando hace poco con un amigo sobre «la esperanza» de los países nórdicos, quiso desengañarme, mandándome este artículo de The Guardian, publicado en 2014, en el que el periodista Michael Booth revuelve en los fondos de cada uno de los países encontrando una realidad bastante sucia que desmonta cualquier pretensión de «milagro escandinavo»… Al leerlo, solo me vino a la cabeza la frase que le dijo el millonario que cortejaba a Jimmy (Jack Lemmon) en la película Con Faldas y a lo loco, tras confesarle éste que era un hombre: «Bueno, nadie es perfecto». Nada es perfecto. Siempre están las dos caras de la moneda.
¿Se puede medir la felicidad? con Meik Wiking, Director Ejecutivo del Instituto de Investigación sobre la Felicidad de Copenhague y Ragnhild Bang Nes, investigadora del Instituto noruego de Salud Pública. Encuentro organizado por Espacio Fundación Telefónica dentro del ciclo Hay Vida en Martes.
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