Tanger, esa extraña ciudad
Hace algún año pasé un par de días en Tanger. Vine porque la ciudad andaba cerca de mi ruta y su nombre siempre me había sonado exótico. Y así fue. Descubrí una ciudad blanca encaramada sobre la cordillera del Rif, mirando al Atlántico, con una zona vieja en lo alto de la colina y otra más o menos moderna que se extiende a sus pies. Me conquistó. No sé bien el qué. Me sentía forastera en un lugar en el que se palpa un algo que permanece latente, oscuro, que te hace mantenerte en guardia. Una mezcla de exotismo y de secuelas coloniales. Un lugar donde el pasado pesa.
He vuelto porque la ciudad me llamaba. Sabía que volvería a pasearla y, de nuevo, me ha pillado cerca. Esta vez me he dado el lujo de alojarme en un hotel con historia, el Grand Hotel Villa de France, plantado en el corazón de la ciudad, detrás del cine Rif, junto a la Medina. El edificio fue en un principio la residencia del jefe de la diplomacia francesa, para reconvertirse en hotel a principios del s. XX. Disponía de 30 cuartos de baño privados, calefacción central y teléfono en las habitaciones, un lujo incluso para el turismo elitista de entonces. Lleva allí más de un siglo, altivo, entre palmeras, como un oasis entre tanto bullicio. Y aunque se ha reformado recientemente conserva los aires coloniales de cuando era centro de la vida burguesa y cosmopolita de la ciudad. La primera noche que pasé allí me intranquilizaba la sensación de estar plácidamente en la piscina, a unos metros de una explanada repleta de gente tumbada por el suelo. Inquietante. Y más aún cuando la segunda noche no pensé más en ello. De hecho las siguientes noches disfruté del ajetreo de fondo de la ciudad como quien se deja mecer por las olas del mar.
Tanger está salpicada de cementerios de diferentes religiones. Tiene mezquitas, catedral, sinagogas e iglesia anglicana. Pocos lugares habrá así por el mundo. Se habla árabe, francés, español e inglés. Parece hecha a golpe de hoteles que se empezaron a construir cuando a finales del s.XIX se convirtió en centro de la diplomacia europea y en puerto comercial. Fue un antes y un después. Se produjo la chispa de las transacciones peligrosas y la ciudad comenzó a ejercer su embrujo. A partir de entonces fue un foco de atracción para miembros de la realeza, personalidades aristocráticas, políticos, comerciantes y turismo europeo de alto standing.
Uno de los mayores impulsores del inicio del turismo en la ciudad fue el pintor Eugène Delacroix. Durante su estancia como agregado al embajador francés en Marruecos. Produjo allí una colección de dibujos orientales que resultaron ser una campaña de marketing sin precedentes. Supusieron un estímulo fabuloso para los primeros turistas que comenzaron a poner rumbo a las tierras exóticas del sur.
Más adelante, durante el período de entreguerras cuando pasa a ser Zona Internacional, una suerte de protectorado que mantuvo a la ciudad en el limbo del 1923-1956, Tanger se convirtió en el destino predilecto de artistas, escritores, actores, diplomáticos, políticos, espías, bohemios, contrabandistas, multimillonarios y turistas fetichistas, que llegaban de Europa y Estados Unidos. Un cóctel bien cargado.
Para asimilar tantas visitas se puso en marcha un plan de construcción de hoteles dispuestos a satisfacer sus necesidades de confort. El primero que se abrió a finales del siglo XIX fue el Hotel Continental, que se alza a modo de fortaleza defensiva y que bien merece la pena visitar por sus vistas al puerto y por lo particular de su decoración oriental (cuando le comenté a un encargado lo peculiar que me parecía el hotel, me dijo corrigiéndome: «no es peculiar es muy bonito»). En sus habitaciones se alojaron el entonces corresponsal de guerra Winston Churchill, Emilio Castelar, Pío Baroja, Jacinto Benavente, William Somerset Maugham, la poetisa Mercedes Acosta, que se refugió allí tras su ruptura con Greta Garbo, y Antonio Gaudí que fue con el fin de proyectar una catedral para Tánger que no llegó a construirse por ser «demasiado revolucionaria». En el Continental se rodaron escenas de la serie de tv El tiempo entre costuras y la película El cielo protector de Bernardo Bertolucci.
Le siguió el Gran Hotel Villa de France, que alojó a Eugène Delacroix y donde Henri Matisse vivió una temporada. Desde su habitación nº35 pintó «Vista de la bahía de Tánger» y «Vista del paisaje desde una ventana». El hotel tuvo que cerrar en 1992. Quedó sumido en el silencio y, mientras tanto, fue declarado monumento histórico. Los trabajos de renovación comenzaron en 2008 y en 2014 volvió a abrir sus puertas al público.
El Minzah se abrió en los años 20 con la ciudad declarada ya zona internacional. Es el momento en que comienza a coger fuelle la leyenda de la ciudad, durante los años 20 y 30. Durante la II Guerra Mundial llegó a albergar, distribuidos en dos alas diferentes, tanto a nazis como a aliados. Aunque ya no conserva su esplendor de antaño, sigue siendo uno de los hoteles estrella. En el patio hay una colección de fotos de los personajes que por allí han pasado y su interior es otro remanso de paz con piscina y balneario. Se encuentra muy cerca del Villa de France, en el barrio diplomático de la ciudad.
En la habitación nº9 del hotel El- Muniria, con vistas a la bahía, William S. Burroughs escribió Naked Lunch y fue lugar de encuentros de la Generación Beat.
El hotel Fuentes, dentro de la medina en pleno Zoco Chico, es hoy una pensión poco recomendable, pero conoció tiempos de gloria y fue escenario también de trifulcas entre bandos opuestos durante la guerra. En sus habitaciones se alojaron el compositor Camille Saint Saëns, allí compuso la Danza Macabra, el pintor Antonio Fuentes, que lo tenía por casa y le sirvió de inspiración para sus pinturas «camareros del zoco chico», Benito Pérez Galdós, que estuvo de paso para recibir un premio, y Bernardo Bertolucci, que se inspiró en el ambiente del hotel para rodar escenas de El cielo protector.
El Zoco Chico, esa plaza pequeña, asimétrica y bulliciosa, es uno de los lugares claves de la medina, zona de paso con un permanente trajín y flanqueada por varios cafés, que invitan a sentarse y a dejarse llevar por el fluir constante de los que son turistas y los que no. Las veces que he ido, siempre he dado con algún personaje enigmático sentado en uno de los cafés, al que no puedo quitar el ojo de encima. La terraza a pie de calle del bar Tingis, que seguramente siga tal cual fue, la convirtió el dramaturgo Tennessee Williams en su palco particular. Allí pasaba el tiempo empapándose del espectáculo e inspirándose. Truman Capote dijo una vez que ante el Acrópolis de Atenas, algunos se sienten en «estado de sabiduría», ante San Pedro de Roma, algunos deberían sentirse en «estado de gracia», pero que ante el Zoco Chico de Tánger, todos se sentían en «estado de libertad».
Los lugares que me han llamado la atención son:
La Librairie des Colonnes, fundada en 1949 y especializada en literatura mediterránea. Se convirtió en un lugar emblemático de la ciudad, estuvo asociada al editorial francesa Gallimard y allí acudían escritores como Mohamed Choukri, Jean Genet, Paul y Jane Bowles, Marguerite Yourcenar, Jack Kerouac o Samuel Beckett. En 2009 el empresario y compañero de Yves Saint-Laurent, Pierre Bergé, la adquiere, la reforma y la convierte en sello editorial para evitar su desaparición inminente. Da gusto entrar, pasar un rato y pedir consejo a los dependientes. Se nota que es un lugar donde se trabaja con amor. Durante mi última visita mientras andaba rebuscando se escuchaba a Gardel de música de fondo.
Los telares en el mercado bereber pegado a la medina, el Fondouk Chejra, una antigua posada para comerciantes que se reconvirtió en zona de talleres para tejedores. Es un gran patio abierto, al que se accede por una pequeña escalinata un tanto escondida, recubierto en su interior por una maraña de tejados de uralita oxidada, antenas de tv y gatos. Distribuidos por los pasillos se encuentran pequeños cubículos que hacen las funciones de talleres de trabajo, tan rudimentarios que algunos de ellos parecen medievales. Sólo trabajan hombres en cuclillas manejando unos artilugios de madera en donde van entretejiendo telas de algodón preciosas.
Tangier American Legation Institute for Moroccan Studies una villa escondida en la medina, junto al cementerio judío, es la más antigua posesión en el extranjero de los EE.UU. Fue antigua embajada norteamericana y hoy es un museo de los artistas norteamericanos que pasaron por allí y una biblioteca de investigación de la lengua árabe. Entrar en el museo es como estar en un oasis, fuera del bullicio de la medina.
El colorista Cinema Rif presidiendo la gran Plaza 9 de abril, que es otro espectáculo. Se construyó en la primera década del s. XX, quedó posteriormente abandonado y a punto se ser adquirido por una franquicia extranjera de supermercados. Se salvó por los pelos y desde 2007 es la Cinemateca de Tanger. Si te interesa el cine, echa un vistazo a su cartelera.
El restaurante Mamounia Palace cerca de la entrada principal a la medina. Nos llevó allí un espontáneo al que seguimos con cierto recelo. Nos encantó la comida, su decoración y el emplazamiento.
El cinematográfico Gran Café de París en pleno chaflán de la Plaza de Francia, construido en 1920, recubierto de madera al estilo art déco, donde se reunían escritores y artistas. Su interior está siempre tan repleto de hombres mayores mirando de frente que no me atreví a entrar en ninguna de las intentonas que hice.
La confitería La Española y el Teatro Cervantes, que conoció sus años de gloria en los 50, ambas paradas favoritas de Juanita Narboni en la novela de Ángel Vázquez, escritor tangerino a caballo entre Tanger y España, considerado entonces como «el último escritor maldito de España».
La terraza escalonada del Café Hafa, fundado es 1921, sobre el acantilado con unas vistas hipnotizantes al Estrecho, que también fue lugar de encuentro de artistas y escritores.
La puerta árabe que da al abismo en la plaza principal de la Kasbah, la ciudadela amurallada de la medina, la parte más antigua de la ciudad. Por esta zona hay varios riads donde alojarse con mucho encanto y grandes vistas. La puerta principal de entrada a la ciudadela se llama Bab El Assa o Puerta de los azotes y sirvió de escenario de actos justicieros para escarnio público de los ajusticiados. Matisse la retrató en algunos de su cuadros. Y justo al lado se encuentra el Museo de Antigüedades (Musée de la Kasbah), construido en el siglo XVII en el Palacio del Sultán, Dar el Makhzen. Para comer, me gustaron mucho la terraza del Salon Bleu y el Dar Lidam, ambos con unas vistas desde las terrazas espectaculares. Y para tomar un té a la menta, el Café Baba, que frecuentaban Los Rolling Stones. En esta ciudad vieja se encuentra el palacio Sidi Hosni, adquirido en los años 50 por la socialite norteamericana Bárbara Hutton, donde daba grandes fiestas que reunían la crème cosmopolita de la ciudad. Eran todo una leyenda, desbordaban excentricidad, alcohol y drogas. Hutton se convirtió, por herencia familiar, en la mujer más rica del mundo, pero no pudo culminar su último deseo que era ser enterrada en Tanger por falta de presupuesto para el viaje.
El restaurante L´Océan a las afueras de la ciudad. Todo él es muy europeo, la cocina y la estética. Da gusto pasar un buen rato allí, descansando el trajín. El camino en taxi desde la Plaza 9 de abril está flanqueado por villas ajardinadas preciosas. Otro mundo.
Y, por último, la espectacular Villa Joséphine, contruída a principios del s.XX, situada frente al estrecho de Gibraltar sobre la Vieja Montaña. Entre sus propietarios figuran el británico Walter Burton Harris, escritor y corresponsal del Times, cuya vida trepidante inspiró el personaje de Indiana Jones; el duque de Tovar, que la perdió en circunstancias misteriosas para pasar a ser residencia de verano del Pachá de Marrakech, el Señor del Atlas. Actualmente es propiedad de un empresario francés que ha reconvertido la villa en maison d´hôtes con 10 habitaciones, cada una con su propia personalidad, una piscina fabulosa y un restaurante.
No sé qué es lo que tiene esta ciudad que aturde. Lo pienso y repienso. Seguramente sea la desigualdad brutal e irresistible, ese contraste, que marcó su edad de oro; la mezcla entre la luminosidad del Atlántico y las calles enrevesadas y oscuras de la medina; la confusión entre los hombres con chilabas, las mujeres tapadas con un nikab (las que menos), con un hiyab o con sus melenas al aire y los turistas, que aparecen entre el barullo como alucinaciones fugaces un tanto excéntricas; y la mezcolanza de arquitectura tan dispar que abarca la zona vieja árabe, la arquitectura colonial art decó e hispana, casi toda abandonada, y los edificios modernos de negocios que se van construyendo. Quizá sea un afán por atrapar evocaciones fugaces de otros tiempos, como un ensueño que confunde pasado y presente.
O quizá el secreto esté en la descripción que hace Juanita Narboni de la ciudad: «Mira, mi bueno, gracias a Dios hemos nacido en una ciudad donde no somos ni del todo cristianas, ni del todo judías, ni del todo moras. Somos lo que quiere el viento. Una mezcla».
Una nota por si te gusta el yoga y la meditación, me han aconsejado (no lo conozco) apuntarse a unas sesiones con la profesora Delphine Melesse, frente al mar o en su casa. (Tlf. 06 55 77 28 83). Precio: a partir de 15 la sesión.
vivi desde 1955 hasta 1966 en esta encantadora ciudad y esta epoca de mi vida no la cambiaria por nada en el mundo.
Tánger y Aznavour… mis dos grandes amores!!!