Escucho más pájaros que nunca, seguramente porque hay menos contaminación acústica (o me fijo más), imagino el ambiente más cristalino y El Retiro regenerándose, veo imágenes de animales salvajes que se están aventurando en la ciudades,… Además está lloviendo y sale el sol. No quiero imaginar la primavera que nos estamos perdiendo. Este mes de abril que nos ha robado el coronavirus… Una no puede dejar de preguntarse qué está pasando con el aire que respiramos. Una portavoz de la organización ecologista Greenpeace me contaba que es la primera vez que podemos demostrar empíricamente los efectos de una menor contaminación atmosférica en las ciudades. Y esto es un hito histórico.
Hemos superado ya seis semanas de confinamiento y creo que me siento igual que el primer día. Igual de desconcertada, dispersa, extraña y con esa sensación encontrada de no saber qué sentir. No lo estoy pasando especialmente mal, de hecho llevo el confinamiento, yo conmigo misma, sorprendentemente bien, y veo que se me está escapando de las manos sin darme cuenta ni haberlo aprovechado (esta sensación de los días que pasan a toda velocidad, por lo visto, es normal). Y el no estar mal, irremediablemente me genera desazón. Cuando tu alrededor sufre y una no sufre al unísono, se siente extraña. Me gusta la idea de un respiro, un parón, que solo se ha podido dar así, de forma brutal. Como si una fuerza cósmica hubiera echado el freno a la locomotora de nuestras vidas cotidianas y todo ese movimiento bestial frenara ipso facto, chirriando y echando chispas, de golpe y sin piedad, obviando cualquier consecuencia: las muertes y la forma en que se está muriendo, el trabajo colosal y el miedo de la gente que está en primera línea de batalla, y el de los que están entre bambalinas, tan en la sombra que ni siquiera se les nombra, y la incertidumbre que oprime a quienes se ven y verán afectados directamente en su trabajo, ahora y cuando el virus no pueda reproducirse más y desaparezca.
Lo que más me llama la atención de todo esto es el gran laboratorio experimental que se ha generado, a pesar nuestro y a todos los niveles: en nuestro sentir individual y a nivel sociológico, en cómo acatamos, en nuestro aguante, en la solidaridad, en la paciencia, en la resignación y en la asombrosa capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias, pero también en la salud, en lo económico, en lo financiero, en lo científico y en el medio ambiente. Lo voy observando como si llevara puestas unas gafas de realidad virtual para experimentar una aventura trepidante de ciencia ficción. Pero el caso es que esta vez es real, y aún estamos todos perplejos, el mundo entero. No logramos asimilar un fenómeno tan global que nos ha dejado k.o. a todos. Bueno a todos no, que ya había algunos que se lo esperaban, como el divulgador científico David Quammen, que llevaba años preparando su libro Contagio (Ed. Debate), rastreando este tipo de virus zoonóticos, y hablando con expertos: «La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse». También Bill Gates, que hace 5 años advirtió en una TED Talk, de la futura amenaza global en forma de pandemias invisibles y letales. Pedía que se invirtiera menos en armas nucleares y más en estar preparados para el nuevo «enemigo» (siempre necesitamos al enemigo) que le toca al s.XXI, pero ojos que no ven…
Por primera vez el planeta está en un aturdimiento generalizado, sin saber ni por dónde tirar, ni cómo gestionar la situación, ni cómo acertar. Está paralizado. Mientras una veintena de laboratorios por el mundo echan humo con una presión y una tensión fuera de lo normal. Pero la ciencia va a su ritmo y es impasible. Y además, por fin, se siente la reina del mambo. Se están inyectando millones de euros desde las instituciones, farmacéuticas, empresas y filántropos para conseguir cuanto antes la vacuna y el tratamiento, que salvará al mundo y nos devolverá el pulso, de alguna manera.
Y qué hay del medio ambiente, escucho más pájaros que nunca, seguramente porque hay menos contaminación acústica (o me fijo más), imagino el aire más cristalino y El Retiro regenerándose. Veo incluso imágenes de animales salvajes que se están aventurando en la ciudades, mientras los humanos permanecemos agazapados en nuestras casas. Además está lloviendo. No quiero imaginar la primavera que nos estamos perdiendo. Ese mes de abril que nos ha robado el coronavirus… Una portavoz de la organización ecologista Greenpeace España me contaba que es la primera vez que podemos demostrar empíricamente los efectos de una menor contaminación atmosférica en las ciudades. Y esto es un hito histórico. De hecho lo están midiendo ellos mismos, en Madrid, Barcelona y Sevilla, día a día, desde que se decretó el estado de alarma el 14 de marzo en España. Y los efectos son sobrecogedores. Tan solo ha hecho falta una semana, con menos de la mitad del tráfico cotidiano (un 60% menos), para que descienda a la mitad la cantidad de partículas de dióxido de nitrógeno NO2 en las tres ciudades (aquí puedes seguir el rastro del estudio que se actualiza cada lunes), según los datos recopilados por Adrián Fernández, responsable de la campaña de Movilidad de Greenpeace, quien señala que también hay que tener en cuenta otros factores como las condiciones meteorológicas. Como referencia tenemos los niveles máximos de contaminación fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que son 40 microgramos por metro cúbico, y el último estudio, con fecha de 17 de abril, apenas rebasa los 10mcg/m3 en Madrid y Barcelona. Algo inaudito desde que se tienen registros en las ciudades. No está nada mal.
Para Greenpeace, estas circunstancias excepcionales en las que se ha visto inmerso el mundo pueden servir de aprendizaje para reducir las miles de muertes que la mala calidad del aire provoca cada año. Algo con lo que está de acuerdo la doctora María Neira, directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS: «Hay mucho de irónico en esto, cuenta a El País, pero las medidas de confinamiento están salvando ya miles de vida a través de esa disminución drástica en la contaminación del aire».
Para hacernos una idea, la contaminación del aire (por gases como el monóxido de carbono, el dióxido de azufre, los clorofluorocarbonos y los óxidos de nitrógeno) causa 10.000 muertes al año en España (solo en España). Impresionante, ¿no?, de las cuales el dióxido de nitrógeno NO2 (ligado al tráfico y a la generación de electricidad con combustibles fósiles como plantas de energía e instalaciones industriales), provoca alrededor de 7.000 muertes prematuras cada año en nuestro país, según el Instituto de Salud Carlos III y la Agencia Europea de Medio Ambiente. Muertes, cuyas causas de alguna manera, se diluyen en el aire. A nivel planeta, nueve de cada 10 personas respiran aire insalubre (el 92 por ciento de la población mundial, según la OMS). Ayer estaba viendo una entrevista con el actor Miguel Angel Silvestre en la que hablaba precisamente sobre la contaminación y el aire que respiramos, y se preguntaba: «¿Por qué nos estamos haciendo tanto daño?«. Me pareció muy acertado. Esta pandemia nos ha venido de sopetón (si se quiere ver así, porque las causas son también humanas y estaba previsto), pero la polución del aire.. . no.
El satélite Sentinel-5P del programa Copernicus de la Agencia Espacial Europea (ESA) también midió en marzo las concentraciones de NO2 en España, y los resultados indican que las emisiones se redujeron una media del 64%. Por su parte, la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) observa semana a semana los niveles de NO2 en diferentes ciudades de Europa, a través de sus estaciones de medición terrestres y, en general, apuntaron una reducción media de los niveles de NO2 del 51% en las tres primeras semanas de confinamiento respecto a las mismas tres semanas de 2019. Y podríamos seguir…. parece que no hay duda, pero todos los investigadores insisten en que en las mediciones también hay que tener en cuenta otros factores que influyen en el descenso de contaminación como el meteorológico o fluctuaciones en la tasa diaria de dióxido de nitrógeno.
Para científicos como Xavier Querol, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), uno de los mayores expertos en contaminación urbana, el parón es también una oportunidad de medir algunos efectos de los aerosoles secundarios que en otras circunstancias habría sido imposible probar. “Esta situación va a servir como un banco de pruebas bestial, porque podemos ver el efecto de otras fuentes que no están relacionadas con el tráfico y entender mejor procesos secundarios como la generación de ozono troposférico”.
Todo esto a nivel local, pero qué está pasando a nivel planetario, sin tanto avión, ni cruceros, ni tráfico rodado, y con una menor actividad industrial en los comienzos del confinamiento…
Hace tiempo, muy al principio de esta historia en la que estamos embarcados (parece ya que fue hace un siglo), vi en tv una imagen satélite de la Agencia Espacial Europea (ESA) en la que se veía la reducción de la concentración de dióxido de nitrógeno (NO2) que se había detectado en China en el mes de febrero (tres semanas después de su primera medida de cuarentena). Y aunque esta caída del dióxido de nitrógeno coincidió con las celebraciones del Año Nuevo Lunar en China y gran parte de Asia (las empresas y las fábricas cierran desde la última semana de Enero hasta principios de Febrero para celebrar el festival), la investigadora de calidad del aire en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, Fei Liu, comentó: «Esta es la primera vez que veo una caída tan dramática en un área tan amplia para un evento específico como es el Año Nuevo Lunar».
Respecto a Europa, el equipo del Real Instituto Meteorológico de los Países Bajos (KNMI), gracias al satélite Sentinel-5P de la agencia europea Copernicus, ha podido comparar las concentraciones de dióxido de nitrógeno, en diferentes ciudades de Europa, desde el 13 de marzo hasta el 13 de abril de 2020 con las de 2019 durante el mismo período, observando una caída del 54% en París y del 48% en Madrid, Milán y Roma. Y están actualmente trabajando, en colaboración con científicos de todo el mundo, en un análisis más detallado utilizando datos terrestres, meteorológicos y modelos inversos con el fin de interpretar las observaciones satelitales, lo cual dará una visión más completa y detallada sobre el impacto real que las medidas de confinamiento están teniendo sobre la calidad del aire.
Quizá uno de los parones más visibles sea el cierre de hasta el 80% del tráfico aéreo, lo que ha reducido la presencia de las estelas de condensación, y con ello sus efectos sobre el equilibrio radiactivo del planeta. Aún no hay cifras comparativas, pero basta con hacernos una idea de lo que suponía el tráfico diario antes del confinamiento. La plataforma Flightradar24 sigue el rastro diario, a tiempo real, de 180.000 vuelos aproximadamente, realizados por 1.200 líneas aéreas, cubriendo 4.000 aeropuertos. “En números redondos, en un día normal en la Tierra hay 100.000 vuelos comerciales, y ahora mismo hay 20.000”, explica el meteorólogo de Meteored José Miguel Viñas a Vozpópuli. “La ausencia de estos miles de estelas de condensación va a permitir que escape más radiación al espacio y que el aporte al calentamiento global sea menor del que hay habitualmente cuando circulan 100.000 vuelos todos los días”. La aviación contribuye con alrededor del 2,5% de las emisiones mundiales de carbono del mundo (de todos los gases de efecto invernadero de la actividad del ser humano), según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA). Su huella contaminante en CO2 es hasta 20 veces mayor, por kilómetro y pasajero, que el tren, según la Agencia Europea del Medio Ambiente y sus proyecciones apuntan a que a mediados de siglo las emisiones de los vuelos crecerán hasta un 300%.
Tampoco hay que desdeñar la diferencia que habrá supuesto la ausencia de polución generada por los cruceros de recreo, que contaminan, en nuestros puertos con unos niveles de óxidos de azufre SOx cinco veces mayores que el total de los vehículos que circulan en toda la península, según un estudio de Transport & Environment, y que afecta a la calcificación de tierras, a problemas respiratorios, a mayores riesgos de cáncer y a la lluvia ácida. El 80% de los cruceros, que navegan en Europa, no utilizan ningún sistema de purificación para reducir el NOx en los gases de escape, que queman enormes cantidades de contaminantes peligrosos para el aire, como dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y de carbono.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha señalado que la demanda de petróleo de este año ha caído por primera vez desde 2009 (en torno a 90.000 barriles de petróleo/día respecto a 2019) debido a la bajada del consumo de petróleo en China y a las importantes perturbaciones en los viajes y el comercio mundiales. Los datos más recientes indican que la demanda de petróleo se ha hundido un 25%, como si toda Norteamérica (EEUU, Canadá y Méjico) dejasen de pronto de consumir petróleo de golpe. Buena parte de la electricidad del planeta se produce con la quema de combustibles fósiles, de modo que la reducción del consumo puede que lleve asociada una reducción de las emisiones, aunque, nos advierte Greenpeace España: «Habrá que esperar a que se publiquen datos oficiales para ver si realmente es así». «La era de los combustibles fósiles ha pasado, ni siquiera van a ser rentables y estamos viendo los impactos del cambio climático en la vida de las personas», cuenta en una entrevista a la revista WOMAN Tatiana Nuño, responsable de la Campaña de Energía y Cambio Climático de Greenpeace España.
¿Y qué hay del ruido? Con el cese de gran parte de la actividad humana, el tráfico aéreo, el transporte público, el tráfico de coches y también el ruido de las construcciones (durante las dos semanas de parón general) se ha llegado a registrar un cambio radical en los sismómetros de las ciudades. “Lo que vemos estos días es que los máximos se han reducido hasta dos terceras partes respecto a un día normal”, cuenta Jordi Díaz Cusi, uno de los científicos que estudia la actividad sismográfica en nuestras ciudades: “Nos estamos organizando a ver si se puede compilar a nivel de todo el mundo y hacer un artículo más científico para ver cómo se ha visto esto en distintos lugares”, comenta a Vozpópuli.
Cuenta también Antonio Martínez Ron en su artículo de Vozpópuli sobre los efectos medio ambientales de nuestro confinamiento por el coronavirus, cómo el sonido ambiente ha cambiado el paisaje acústico de las ciudades, quedando registrado en los sonómetros de las grandes urbes. Hay experimentos muy interesantes, en abierto y que cubren distintas zonas del planeta, llevados a cabo por científicos y artistas para documentar el cambio del “paisaje sonoro” urbano. Una de las iniciativas más ambiciosas es el Silent Cities Project (Proyecto de Ciudades Silenciosas), que analiza los cambios en la “biofonía” de las ciudades, todos ellos registrados en este mapa. Otro proyecto curioso es el proyecto Corona, una recopilación de grabaciones desde lugares de todo el mundo que están subiendo cientos de colaboradores a laradio colectiva Aporee. Allí se puede escuchar los sonidos de todo el planeta grabados durante el confinamiento, sonidos tan variados como un rato en la calle Mallorca en Barcelona, donde se oyen los pajaritos, el ladrido de un perro y las conversaciones de vecinos, hasta el silencio inquietante de una estación de metro de Nueva York. Escucha…
Aun así ante esta realidad, Greenpeace subraya que todas estas reducciones de emisiones contaminantes puntuales no van a paliar la crisis climática global. Observar los efectos a escala del cambio climático llevaría mucho más tiempo y factores complejos, pero sí deberían servir para concienciarnos e iniciar los cambios estructurales necesarios para reducir drásticamente todo tipo de emisiones contaminantes. “El mundo lleva más de 200 años aumentando las emisiones de CO2 a la atmósfera por una economía basada en los combustibles fósiles. Ahora es el momento de reconvertir nuestro modelo industrial. Estas circunstancias excepcionales en la crisis del COVID-19 pueden servir de aprendizaje para reducir las miles de muertes que la mala calidad del aire provoca en España cada año», comenta Adrián Fernández, responsable de la campaña de Movilidad de Greenpeace.
El mundo ha echado el freno y nuestro entorno ha aprovechado para tomar un respiro. Cuando retomemos la actividad, quizá pueda incluso empeorar el medio ambiente: mayor tráfico de coches en detrimento del transporte público, aumento del nivel industrial para resarcirse de sus meses de parón. La centrifugadora volverá a ponerse en marcha a 1000 revoluciones para volver a estimular la producción y la demanda. Pero seguramente que algo haya calado, algo en nuestro interior que nos recuerde lo frágiles que somos. Como dice David Quammen: «Esta pandemia es una oportunidad terrible para educar, para entender nuestra relación con el mundo natural.»
Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de Medio Ambiente de la ONU, afirma que el medio natural está mandando un mensaje a la humanidad, según recoge el diario The Guardian. “La prioridad inmediata es proteger a las personas del COVID-19 y prevenir su propagación. Pero nuestra respuesta a largo plazo debe abordar la pérdida del hábitat y la biodiversidad”. Y concluye, “si no cuidamos la naturaleza, no podemos cuidarnos a nosotros mismos”. Andersen, en ocasión del Día de La Tierra, montó un webinar con jóvenes para conversar con ellos sobre nuestro planeta, y aprovechó para decir en su cuenta @andersen_inger: «El muno post COVID-19 será otro diferente. Y como personas dedicadas al medio ambiente debemos de poner el foco en lo que estamos haciendo AHORA y en lo que vamos a hacer cuando esté controlada la pandemia.»
Qué duda cabe de que estamos ante una oportunidad excepcional para PODER refrendar hipótesis tantas veces expuestas. No la desaprovechemos porque nos va la vida en ello.
Discurso de Alanna Shaikh, experta en salud mundial | TEDxSMU – marzo 2020. «Debemos asegurarnos de que todos los países del mundo tengan la capacidad de identificar nuevas enfermedades y tratarlas.»
Discurso del cofundador de Microsoft y filántropo Bill Gates en TED TALK 2015. Esta intervención fue un año después del brote del virus del Ébola. «No hay necesidad de provocar pánico… pero hay que empezar a actuar».
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