Virreina infiel

por 25 Dic, 2018Uncategorized

La cara de Fornasetti. Ilustración de © Montse Canadell para On the 50 Road
Ilustración de ©Montse Canadell para On the 50 Road

El ama de llaves de la mansión de Mayfair tuvo que agudizar el ingenio, la señora había salido de compras y cinco caballeros la esperaban en casa. Mr Gray esperaba en el salón; Mr Sandford, en la biblioteca; Mr Phillips, en el boudoir; el señor Portazgo, en la antesala; pero la pobre ama de llaves no sabía dónde meter a monsieur Molyneux. 

Para complicar aún más las cosas, la señora que provocaba tal barullo amoroso no debería andar por ahí alimentando las expectativas de los hombres. Era una mujer casada, y no cualquier mujer, sino la esposa de uno de los aristócratas más eminentes: lord Mountbatten, leading member de la sociedad londinense y atractivo sibarita de una indolencia contagiosa, como correspondía a su estirpe de herrumbrosas lanzas y stiff upper lip.

Por parte de padre, Edwina Cynthia Annette Ashley era bisnieta del 7º conde de Shaftesbury, el filántropo que fundó las bases del Estado asistencial. Por parte de madre, era nieta del magnate sir Ernest Cassel que llegó sin un penique desde Colonia a Liverpool, fundó un banco y extendió sus negocios por todo el mundo hasta acumular una fortuna de vértigo. En las mansiones de ese abuelo en Brooke House, Moulton Paddocks y Brankssome Dean, la rebelde Edwina se fue construyendo en guateques ceremoniosos un destino de lujo, glamour y voluptuosidad junto a chimeneas escoltadas por cariátides,  en salones alicatados de lienzos venerables y de libros encuadernados en tela tornasolada. Cuando murió el magnate, su nieta, que  tenía 20 años, heredó dos millones de libras y varios palacios. Ya era excéntrica, aunque respetable. Ni guapa ni fea, pero adorable por su irreverente sentido de la libertad, lady Edwina invariablemente encabezaba en los años 20 y 30 la lista de las mujeres más elegantes y también la de las socialites más magnéticas de la gran sociedad.

 

Edwina Mountbatten en 1931, fotografiada por Cecil Beaton

Edwina Mountbatten fotografiada en 1931 por Cecil Beaton

Su marido, Louis Mountbatten nació con el siglo XX en Frogmore House, una de las mansiones del castillo de Windsor, aunque lo bautizaron con una letanía de nombres –Louis Francis Albert Victor Nicholas George- siempre lo llamaron Dickie. Tantos nombres para acabar en eso. Dickie y Edwina se habían casado en Westminster ante la familia real al completo y el príncipe de Gales, futuro Eduardo VIII, fue el padrino.

Al novio, las malas lenguas lo llamaban Mountbottom en maliciosa alusión a  ciertas aficiones griegas. La delgada, elegante y escandalosa Edwina era todo un torbellino social y una bomba sexual. Se codeaba con la realeza, bailaba el charlestón con Fred Astaire y dejaba que los jóvenes no sólo cayeran a sus pies, sino en su cama. Era una fuerza de la naturaleza que se perdía por la emoción de ser perseguida por sus ginks (chicos en cockney), como llamaba  a sus amantes.

Lord y lady Mountbatten se necesitaban a su manera y con el tiempo encontraron un modus vivendi: el marido aprendió a hacer la vista gorda. Eran la pareja más chic, pero con vidas separadas y camas separadas, un open marriage en el que cada uno iba a su bola y se consolaba en el refugio hospitalario del adulterio. Hay tres cosas que no eran ni Edwina ni Dickie: ni hipócritas ni puritanos ni previsibles. Su exquisita educación les ayudó a soslayar los escándalos vergonzosamente públicos, tenían perfecta noción de los límites, aunque fuera para traspasarlos.

 

Louis y Edwina Mountbatten, en los felices años 20

Louis y Edwina Mountbatten, en los felices años 20

Después de años de indisimuladas infidelidades de su mujer, lord Mountbatten se agenció una amante de largo recorrido, la vivaracha Yola, francesa y femme fatale. La réplica de Edwina fue Bunny Phillips, un coronel conmovedoramente apuesto. Bunny se convirtió en parte de la familia, en un segundo padre para Patricia y Pamela, las hijas de los Mountbatten. Edwina y Bunny se embarcaron en una década de gloriosa frivolidad nómada por África, China o el Pacífico: mandaban postales a las niñas y fatigaban el mundo dejando tras ellos el aroma del beau monde. También Yola visitaba asiduamente a la familia; pero aquellos buenos tiempos se acabaron en 1939 cuando Mountbatten y Bunny Phillips tuvieron que atender sus deberes en la guerra. Yola, por su parte, estaba atrapada en la Francia ocupada. La “sangre, el esfuerzo, las lágrimas y el sudor” transformaron la privilegiada existencia de Edwina, que arrió la bandera de la dolce vita y abrazó con pasión de  conversa la causa de la piedad universal.

Tenía por fin algo real que hacer. Estremecida por las masacres, toda la energía que había volcado en el entertainment la aplicó a paliar la inmensidad de la desgracia, abandonó los fastos y el relumbrón de sus tiaras y condujo, en sobrio uniforme, una ambulancia de la St. John´s Brigade. Edwina Mountbatten había encontrado al fin su misión en la vida y era feliz. Dejó de serlo cuando Bunny la dejó para casarse con otra. Entonces se volvió sombría, paseaba junto al Támesis y su familia temía que se tirara al agua. Había descubierto que la soledad era hermana de la muerte.

 

Edwina Mountbatten con el uniforme del servicio de ambulancias en la Segunda Guerra Mundial

Edwina Mountbatten, con su uniforme de la Brigada de Ambulancias de St John, en el estudio de su casa en Belgrave Square, Londres, durante la Segunda Guerra Mundial.

 

La India la salvó. La guerra había terminado y lord Mountbatten fue convocado en Downing Street para encontrarse con su futuro papel en la historia: desmantelar, como último virrey, un imperio que había durado doscientos años. El flamante virrey de la India tenía 46 años y su virreina 44. Edwina conoció entonces a Jawaharlal Nehru, viudo de 58 años. Una multitud de seguidores de Nehru, que revoloteaba como un enjambre alrededor del pandit, involuntariamente empujó a lady Mountbatten, que cayó al suelo.  Cuando el profesor (que eso significa pandit) la ayudó a levantarse, saltó entre ambos una chispa que pronto provocó un incendio. Fue un coup de foudre.

Los Mountbatten volvieron a caer en su antiguo modus vivendi, Louis ya estaba acostumbrado a los amantes de su mujer, pero con Nehru fue distinto,  vio en él a un hombre cuya cultura, encanto y acento inglés hacían juego con los suyos. Eran príncipes, se reconocieron entre ellos y a partir de entonces compartieron la misma princesa. El exvirrey Mountbatten y el primer ministro de la India independiente Jawaharlal Nehru no sólo se admiraron mutuamente, sino que durante catorce años amaron a la misma mujer. Fue un triángulo armonioso. En el  libro India Remembered, su hija Pamela evoca los amores tiernos del mamu (tío) Nehru y de su madre, aunque asegura que nadie podría concluir que hubiera habido nada físico entre ellos. De ser cierto, confirmaría cierta evidencia del romanticismo universal: lo que no se consuma como humano, se sublima como divino.

En 1960, en una gira de beneficencia por el Lejano Oriente, Edwina sufrió un derrame cerebral. Tenía  58 años, estaba en Borneo y murió mientras dormía. Su marido la enterró en el mar, frente a la costa de Portsmouth. Nehru envió dos fragatas para que la escoltaran mar adentro y arrojó al agua coronas de caléndulas. En su elogio fúnebre dijo: “A todas partes donde has ido has llevado consuelo y esperanza. ¿Acaso es extraño que el pueblo indio te quiera y llore tu partida?”

El pueblo indio y el corazón enternecido de Jawaharlal.

Lord y lady Mountbatten en un acto oficial en India con Jawaharlal Nehru

Lord y lady Mountbatten en un acto oficial en India con Jawaharlal Nehru.

 

En 1960, en una gira de beneficencia por el Lejano Oriente, Edwina sufrió un derrame cerebral. Tenía  58 años, estaba en Borneo y murió mientras dormía. Su marido la enterró en el mar, frente a la costa de Portsmouth. Nehru envió dos fragatas para que la escoltaran mar adentro y arrojó al agua coronas de caléndulas. En su elogio fúnebre dijo: “A todas partes donde has ido has llevado consuelo y esperanza. ¿Acaso es extraño que el pueblo indio te quiera y llore tu partida?”

El pueblo indio y el corazón enternecido de Jawaharlal.

Tras el largo viaje desde el lejano Oriente, donde murió, los restos mortales de Lady Mountbatten se llevaron a Portsmouth. Su última voluntad fue descansar para siempre en el mar. 

Gonzalo Ugidos es escritor y periodista. Incansable buceador en la intrahistoria, es autor de Enigmas y ConspiracionesCartas que cambiaron el mundoChiripas de la Historia y Grandes venganzas de la Historia. Fue director de la revista Cómplice y profesor universitario y es colaborador habitual de Joyce, El Mundo, Yo DonaEl País y la Cadena Ser. En RNE ha sido analista político y cultural y creó un pequeño tesoro radiofónico, Vidas contadas. En On the 50 Road escribe sobre mujeres que tuvieron la audacia de rebelarse contra la sumisión y construirse biografías interesantes: lo hicieron -cree él- porque no sabían que era imposible que una mujer fuera tan libre como un hombre.

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